Por Ángel Verdugo
¿No se ha dado cuenta? Como solemos decir coloquialmente, en la baba. Esta conducta tan nuestra —no de ahora, sino profundamente arraigada desde tiempos casi inmemoriales—, lo que deja ver es, además de un importamadrismo preocupante, la apatía de quien ha sido educado para depender del gobernante en turno. Sabe, porque lo ha aprendido muy bien, que aquél, en su casi infinito poder, le resolverá todos sus problemas.
Si bien alguien podría argumentar que una conducta así nada tiene de malo, por lo que podría ser aceptable y tolerada cuando no estimulada, no comparto ese juicio. Por el contrario, en los tiempos que corren, un ciudadano con esa visión de las cosas no sería, en el mundo de hoy en casi todo el planeta, un ciudadano; su cualidad sería, más bien, algo más cercano a un siervo de la época feudal, o un falso ciudadano en la era de la democracia.
Los mecanismos que utilizan los gobernantes con una vena autoritaria —como bien conocemos en América Latina desde hace decenios, y en México como política de Estado desde los años treinta del siglo pasado, durante la Presidencia de Lázaro Cárdenas—, buscan que el ciudadano esté más cerca en su visión de ciudadanía del siervo feudal, que del ciudadano responsable y analítico de la era democrática.
Esa política y sus frutos los vemos hoy en su faceta más perversa y ofensiva frente a lo que debe ser un ciudadano y la cultura ciudadana acorde ésta, con la época de las economías abiertas y la globalidad.
En las épocas de bonanza y tasas de alto crecimiento de la economía, los gobernantes autoritarios se sienten felices porque, es durante esos años cuando el ciudadano voltea para otro lado para condonar, con su apatía y desinterés en lo público, medidas de corte autoritario.
¿Pero, qué sucede cuando la bonanza está ausente salvo para unos pocos, y las tasas de crecimiento son magras o francamente nulas o negativas? ¿Qué sucede hoy, con aquel ciudadano que ayer sólo pensaba en lo suyo y se desentendía de lo público, al sentirse defraudado porque, el pago a cambio de su sumisión y apatía no llega?
Es más, ¿qué sucede con ese ciudadano, que al complicarse la situación externa y en consecuencia, las condiciones internas padece casi de inmediato los efectos negativos de la volatilidad e incertidumbre? ¿Acaso hay en él comprensión y la aceptación lógica de por qué se está en dificultades, que él resiente en la falta de empleo o en la precarización del mismo, por ejemplo?
¿Qué explicación le convence de la caída en la calidad de los servicios de salud y educación, ante la falta de recursos para medicamentos y la atención médica que antes recibía y le parecía aceptable? ¿Cómo medir, en esta situación, el riesgo que se corre por tener a decenas de millones de ciudadanos a los cuales, es imposible convencer de que la crisis viene de fuera?
Es ahí entonces, donde el gobernante lamenta la cultura cívica nula, o casi nula del ciudadano; de aquél que no entiende —menos acepta— razón alguna de la situación que lo golpea.
Lo peor de lo que describo arriba es que el gobernante que siente el descrédito y el rechazo abierto de millones de ciudadanos debe lamentar, sin duda, haber preferido ayer comprar voluntades, frente a lo que enfrenta ahora. Sin embargo, es tarde para corregir, o regresar la historia.
¿Qué veremos mañana durante las campañas, y a la hora de elegir gobernantes y legisladores? ¿Qué charlatán diría hoy, que él sí sabe lo que veremos? ¡Ya sé, López!
Información Excelsior.com.mx