Por Ángel Verdugo
Hace ya buen tiempo que dejé de prestar atención a las encuestas y a todo tipo de estudios de opinión que pretenden medir los niveles de popularidad o si lo prefiere, de la aceptación y calificación correspondiente del actual Presidente de la República. Decidí esperar a febrero o marzo del año de las elecciones —tanto de las intermedias como de la presidencial—, para seguir algunas de ellas.
Desde hace muchos años dejé de aceptar como verdad axiomática, la supuesta relación directa que muchos aceptan y promueven como si fuere el nuevo Evangelio, entre “popularidad y aceptación” del gobernante en turno, y la intención del elector de votar por los candidatos del partido de aquél en una elección todavía lejana.
A cambio de ello, tomé la decisión de concentrarme en lo que he venido haciendo desde hace decenios: seguir sistemática y permanentemente un conjunto de indicadores y su comportamiento; esto me permite —ayudado, por supuesto, con los análisis que algunos especialistas hacen de aquéllos—, tener una idea más cercana a la realidad.
También, me ha ayudado mucho en esto último, conversar con quienes se desenvuelven en algunas actividades económicas las cuales, tomadas en conjunto con aquellos indicadores, permiten tener una mejor idea de lo que enfrentamos y enfrentaremos en materia económica y política.
Prefiero pues esto, a caer en la vorágine creada con encuestas que buscan medir la popularidad del gobernante en un ejercicio que me parece, se anticipa demasiado a los procesos electorales. Estas encuestas, lo acepto, son útiles para un universo muy específico: los partidos y sus potenciales candidatos mas no para “el gran público”.
Por otra parte, en los tiempos que corren, estoy sorprendido con lo que escucho de aquellos con los que converso de la situación que enfrenta su empresa, y/o la actividad en la cual se desenvuelven. Si bien el presente les ha afectado, con dificultades han sobrevivido; eso, no los convierte en casos únicos pero sí representativos de lo que enfrentan, por ejemplo, la agricultura comercial y la orientada específicamente a la exportación.
Sus problemas, sin duda para quien forme parte del universo de millones de empresas de todas dimensiones, ya no sorprenden; la inseguridad de años y la violencia sin el menor control, han alcanzado ya, en este gobierno, niveles que eran —todavía hace poco—, impensables.
Sin embargo, lo que más daña hoy, es la visión que en este gobierno se tiene de aquel flagelo; o se le trata con un silencio casi criminal, o es minimizado al grado de presentarlo como irrelevante, o una interesada exageración para obtener apoyos diversos.
En términos generales puedo afirmar —sin que mis pláticas pretenden en modo alguno ser verdaderamente representativas—, que para todo aquel que se desenvuelve en alguna actividad productiva, sea ésta en cualquiera de los sectores económicos —primario, secundario o terciario—, las cosas no van bien, y lucen cada día peor.
Por el contrario, cuando volteo a las áreas urbanas donde los servicios son aplastantemente mayoritarios y la presencia de la burocracia es una fuerza económica no menor, las cosas se ven de otra manera, casi opuesta me atrevería a afirmar. En estas últimas áreas, las cosas —a los ojos de un porcentaje alto de la población—, no sólo no van mal sino que van bien.
¿Qué explica visiones tan disímbolas de la realidad y de una economía que ya dejó el estancamiento para entrar, de lleno, en una espiral descendente en materia de crecimiento? ¿Cómo entender esa visión ante la pérdida de cientos de miles de empleos formales, no se diga ya de informales?
¿Acaso la ideología y la afinidad política —cuando no el descarado oportunismo y la ilusión de vivir de la dádiva gubernamental sin procurarse un ingreso de otra índole—, explican esa opinión? Sin embargo, ¿cómo ocultar la cruda realidad de una violencia que no respeta nivel económico, ni espacio geográfico para actuar y dañar a cientos de miles de habitantes en ésta o aquella ciudad o zona metropolitana?
¿Y usted? Dada la realidad que enfrenta en compañía de su familia, ¿le gusta lo que ve y vive de manera cotidiana? Para usted y aquellos con los que interactúa, ¿efectivamente las cosas van bien? ¿Ninguno de ellos ha perdido su empleo, formal o informal?
Para terminar, ¿qué pensaría si le dijere que lo que hoy vemos y vivimos se pondrá peor? ¿Me creería?. Información Excelsior.com.mx