Por Pascal Beltrán del Rio
México ha cumplido un ciclo más en su vida institucional: el sábado 1 de diciembre tuvo lugar la décimo quinta toma de posesión consecutiva de un Presidente de la República, teniendo por protagonista a quien fue elegido en las urnas por la mayoría de los ciudadanos para cumplir un periodo sexenal.
Se trata de un proceso que comenzó con Lázaro Cárdenas y ahora sigue con Andrés Manuel López Obrador. Eso habla de la solidez de las instituciones que México ha construido y es un llamado a no cejar en el esfuerzo por perfeccionarlas, de modo que sirvan a los habitantes a fin de mejorar sus condiciones de vida y su compromiso con el país.
Lamenté no escuchar en los discursos que pronunció ese día el presidente López Obrador un reconocimiento a esa fortaleza institucional, que muy pocos países del mundo pueden presumir, y a perseverar en ella. En sus primeros mensajes a la nación, el nuevo mandatario habló más bien de ruptura o, por ponerlo en sus propias palabras, de “cambio radical”. En su discurso desde la máxima tribuna del país, el Presidente parecía más bien un candidato en campaña. En lugar de referencias a sus “adversarios”, hubiera sido bueno escuchar mensajes destinados a unir a la República y dejar atrás la polarización que caracterizó la etapa de proselitismo de este año.
Creyente como soy en las instituciones, no me queda duda que México tiene Presidente de la República. Pero para ser el Presidente de todos y para todos, hace falta que comience a unir y apelar a quienes no votaron por él, que no son pocos.
El tono de sus palabras no iba por ahí. Hay quienes piensan que no se puede esperar que alguien que ha tenido un discurso radical desde hace tantos años tenga capacidad de cambiar. Yo creo que si no lo hace, las circunstancias lo obligarán a hacerlo.
Un ejemplo de lo anterior es el reconocimiento de que en estos momentos no hay otra institución a la que se pueda encargar el combate a la inseguridad que a las Fuerzas Armadas. Es de celebrar ese cambio, pues, en campaña, López Obrador solía decir que “los militares no están para eso”.
He mencionado muchas veces el caso de Nelson Mandela, un hombre que tomó las armas para defender sus ideas, pero abjuró de ellas, y en cuanto tomó el poder, llegó incluso a lo simbólico, en aras de enviar el mensaje de que gobernaría para todos. El cambio que se produjo en Mandela sorprendió, incluso, a sus más acérrimos enemigos. “Si yo no soy capaz de cambiar, ¿cómo puedo pedir a los demás que lo hagan?”, solía decir el sudafricano.
Además, un gobierno debe comenzar por decir las cosas como son. Es verdad que seguimos teniendo un país con fuertes diferencias sociales y tiene que ser una meta de todos zanjar esa brecha. Pero afirmar que la política económica de los años recientes —que el presidente López Obrador gusta llamar “neoliberal”— sólo ha tenido resultados negativos, no resiste el menor análisis. En los últimos cinco sexenios, que él califica como debacle, se ha construido una clase media, que hoy en día está detrás del mayor consumo interno que ha existido en la vida moderna de México.
Por otro lado, decir que la Reforma Energética es responsable del declive en la producción y refinación de petróleo tampoco es verdad. Basta revisar las cifras. Y si queremos echar culpas —que me parece mucho menos útil que ir hacia adelante— podríamos encontrarlas en la sobrepoblación de Pemex y las prestaciones fuera de toda lógica contable, que anula las posibilidades de rentabilidad de la empresa.
Por último, extrañé que junto a las abundantes referencias al pasado de México no hubiese una sola dedicada al futuro. No se habló de ciencia y tecnología ni de las tendencias que estarán conduciendo el porvenir de la economía —en particular, el mercado laboral—, como la automatización y el desarrollo de la Inteligencia Artificial. El mundo será muy distinto en seis años y es necesario prepararse para ello. Me hubiera gustado escuchar en los discursos de López Obrador las verdaderas razones por las que México, pese a sus avances, se ha atorado y no ha logrado dar el salto que podría y debería ejecutar, y entre las que la falta de respeto a las leyes y la deficiente calidad de la educación destacan por encima de muchas otras. Pero el sexenio apenas comienza y la realidad suele ser la mayor ordenadora del discurso.
BUSCAPIÉS
La escolta por parte de cadetes que tuvo López Obrador en la tribuna de la Cámara de Diputados y en su trayecto de San Lázaro a Palacio Nacional tiene una obvia referencia histórica: la Marcha de la Lealtad, del 9 de febrero de 1913, cuando cadetes del Heroico Colegio Militar escoltaron al presidente Francisco I. Madero, del Castillo de Chapultepec al Palacio Nacional, donde acababa de ocurrir un intento de asonada. Felicidades a los cadetes Cielo García, Geovanni Lizárraga e Ignacio Ruiz por su gallardía en la tribuna. Información Excelsior.com.mx