Por Leo Zuckermann
Si alguien pensaba que la llamada Cuarta Transformación se detendría por los adversos resultados electorales para la Cámara de Diputados, se equivocó. Con toda claridad lo dijo ayer el presidente López Obrador en su conferencia matutina:
“Bueno, si se quisiera tener mayoría calificada, que son dos terceras partes, se podría lograr un acuerdo con una parte de legisladores del PRI o de cualquier otro partido, pero no se necesitan muchos para la reforma constitucional”.
Para ser exactos en los números, con los resultados preliminares del INE, si Morena termina con 197 diputados federales, requiere 137 para la mayoría calificada de dos terceras partes. Asumamos que tendrá el apoyo de sus dos aliados siempre dispuestos a vender caro su amor: el PT (38) y el Verde (44). Llegarían a 279. Todavía se necesitaría “convencer” a 54 diputados más y, por cierto, a cinco senadores para alcanzar la mayoría calificada en ambas cámaras del Congreso (al parecer Morena se quedará con el control de 18 legislaturas locales por lo que tendrá las 16 que se requieren para reformar la Constitución).
El PRI tendría los diputados suficientes para dárselos al Presidente, ya que contaría con 69 en la nueva Legislatura, además de sus 12 senadores actuales. Así que tiene sentido la estrategia presidencial de buscar a algunos priistas para enmendar la Carta Magna.
La pregunta es cómo los “convencería”.
Hay de dos sopas: a la buena o a la mala.
La primera implicaría una negociación. Quid pro quo. Yo te doy esto a cambio de esto otro. La vieja receta de la política que tanto ha criticado López Obrador a lo largo de su carrera (por ejemplo, las alianzas legislativas del PRI con el PAN que permitieron sacar adelante las reformas neoliberales).
El PRI tendría que decidir si le conviene quedarse en el bloque opositor o cambiarse a la coalición gubernamental.
No va a estar fácil la decisión. López Obrador ya vació al PRD al punto de dejarlo como un partido marginal de esta elección, gracias a la alianza que hizo con el PAN y PRI, salvó su registro político. Ahí estarán los perredistas viviendo como pequeñas rémoras de otros partidos grandes hasta que un día desaparezcan.
Ahora Morena se está quedando con el electorado que tradicionalmente votaba por el PRI: gente de mayor edad y de menores ingresos. No es gratuito, en este sentido, que, de las ocho gubernaturas que el PRI se jugaba este domingo, siete las haya ganado Morena y la otra el Verde que, para efectos prácticos, es lo mismo.
El PRI corre el riesgo de convertirse en un nuevo PRD, víctima del asalto electoral lopezobradorista a su segmento de votantes.
Viendo esto, muchos priistas sí estarían dispuestos a negociar para pasarse al bando de Morena, como en su momento ocurrió con tantos cuadros perredistas. Además, a los priistas siempre les ha gustado más jugar del lado del gobierno que de la oposición. Es un partido que nació en el poder y que tiene el gen gobiernista en su ADN.
Esto sería por las buenas. Pero López Obrador tiene otra opción que también le ha resultado eficaz. Utilizar al aparato del Estado para “convencer” a sus opositores. Mejor usemos el verbo amedrentar.
A Palacio Nacional seguramente arribarán los expedientes de los nuevos diputados priistas para ver qué tanta cola tienen y, llegado el caso, pisárselas. Ahí estaría, solícita, la Unidad de Inteligencia Financiera para congelar cuentas si así fuera necesario. O la presión de abrirles carpetas de investigación en la Fiscalía General de la República. En otras palabras, el camino que usaron para deshacerse del ministro Eduardo Medina Mora que, a la mala, sacaron de la Suprema Corte de Justicia.
Ayer, Alejandro Moreno, dirigente del PRI, respondió vagamente a lo dicho por López Obrador: “quien pretenda dividir a la oposición con un bloque importante es porque ni quiere al país y porque quiere hacerle juego al gobierno”. Lo primero es relativo: cada quien tiene su muy personal definición de cómo querer al país. Lo segundo es una obviedad.
Moreno no la va a tener fácil para mantener la disciplina partidista del PRI. Muchos gobernadores, como Alejandro Murat de Oaxaca, han venido jugando con el Presidente desde principios del sexenio. Más cuando se acercan las elecciones en sus estados donde Morena podría ganar y abrirles investigaciones sobre sus gestiones a los exgobernadores.
Así que está cantado: el Presidente va por el PRI. Los priistas tendrán que amarrarse a un mástil para no escuchar el canto de las sirenas (por las buenas) o de las sirenas de las patrullas (por las malas).
Twitter: @leozuckermann
Información Excelsior.com.mx