Seis años después de los sismos de 2017, que afectaron al centro y sur del país, tres sobrevivientes cuentan a N+ cómo ha sido la vida después de la tragedia que los cimbró.
Lucia Zamora estaba en el edificio de Álvaro Obregón 286, en la colonia Roma, en la Ciudad de México, cuando empezó a temblar. Eran las 13:14 horas. A esa misma hora Guadalupe Padilla estaba en su departamento en el Multifamiliar Tlalpan, de pronto sintió como si una roca enorme rodara por debajo de la tierra. A 19 kilómetros de ahí, en el Barrio de San Mateo en la alcaldía Tláhuac, Edwin Sánchez sintió como algo lo aventó de su cama. Ellos son sobrevivientes del sismo del 19 de septiembre de 2017 y narran la historia de cómo han reconstruido su vida.
La niña de la sonrisa
El 19 de septiembre de 2017 a las 13:14, Lucía Zamora estaba en el tercer piso de Álvaro Obregón 286, en un coworking. Ella iba ahí solo unos días a la semana, generalmente trabajaba desde su casa, pero ese día tenía varias cosas que hacer en La Roma y se le ocurrió ir. En ese entonces daba cursos de storytelling y escribía contenido para empresas.
De pronto sintió un movimiento muy fuerte y de un momento a otro todo se derrumbó. “El edificio se cayó en menos de 10 segundos, ni siquiera alcancé a llegar a la mitad del camino para la salida de emergencia”. En las horas siguientes dice que pasó por todas las emociones posibles.
Primero fue incredulidad, no podía creer que eso, que parece ficción, me estuviera pasando a mí. Abrí los ojos y me vi rodeada de escombros, pero estaba ilesa, no sé si porque me agaché y cubrí mi cuerpo como para protegerme, no sé cómo, pero estaba ilesa.
La oscuridad era total, no entraba nada de luz, en el pequeño hueco en el que Lucía había quedado, bajo los escombros de siete pisos del edificio, que quedaron comprimidos en tres. Estaba boca arriba, con una loza muy cerca de su cara.
Después de la incredulidad, Lucia sintió esperanza. “Descubrí que cerca de mí estaba un compañero que se quedó atrapado también, Isaac. Incluso podíamos tomarnos de la mano. Juntos nos pusimos a rezar y a pedir auxilio”.
Una vez que Lucia se dio cuenta cabal de que aquello era real, dice que supo que mucho de la posibilidad de sobrevivir estaba en sus manos. “No tenía ninguna herida, así que dije, tengo de dos: o me muero de la desesperación o pongo todo lo que tengo para salir”. Optó por lo segundo, decidió enfocarse en pensar que la iban a rescatar y que todo iba a estar bien.
“Pero fue muy difícil. Fueron 36 horas bajo los escombros y fue hasta la hora más o menos 28 cuando nos encontraron. Al principio todo era silencio, después escuchamos un poco de ruido, luego otra vez silencio y nos dimos cuenta que era de noche y que quizá no iban a hacer nada en horas y ni siquiera sabíamos si se ya se habían acercado a nosotros”.
Después, en lo que Lucia considera una segunda etapa de esas 36 horas, volvió el ruido. “Se escuchaba a gente trabajando afuera y volvimos a gritar, junto con otra chica que estaba atrapada cerca, Paulina. Estuvimos toda la mañana gritando, pidiendo auxilio los tres, hasta las 4 de la tarde que nos encuentran”.
Vinieron otra vez las muchas emociones. “De 4 de la tarde a 10 de la noche fue otra especie de espera con mucha incertidumbre, porque ya nos habían encontrado, pero no sabían cómo llegar a nosotros. Tenían que hacer un montón de maniobras y tuvimos momentos de desesperación, porque nos decían: vamos a meter máquinas, tápense por sí cae escombro y era una angustia de no saber si te iba a caer una piedrita o una losa entera”.
Después hubo un silencio total. “Pasamos de que nos habían dicho que nos iban a sacar a que de pronto, sin decirnos nada, se fueron y volvió el silencio, así pasamos como una hora, sin saber qué había pasado”.
Aunque recuerda que en medio de toda esa incertidumbre, los equipos de rescate los animaban, los hacían reír, bromeaban con que tenían que invitarlos a cenar. “Yo fui la última en salir; de hecho, fui la última persona que rescataron con vida de ese edificio. Recuerdo que me tuve que poner pecho tierra y avanzar un poco y entonces sentí la mano del rescatista, le dije: ‘que dios te bendiga’, me jala y me pone un arnés y me levanta y me dice ya casi estás afuera, voltea y sonríe y me salió una sonrisa enorme que se replicó en muchos medios de comunicación”.
Replantearse la vida
Como no tenía heridas graves, Lucía solo estuvo 24 horas en el hospital, en observación y recuperación. Los siguientes días fueron una vorágine de entrevistas. Después vinieron las conferencias. Dio la primera en noviembre, con su testimonio de vida.
Fueron semanas muy shockeantes, cuenta, “porque decía yo estoy bien, estoy viva, pero y qué pasa con las vidas, con las familias de las personas que no lo están, y la dualidad de que yo recibía y recibía visitas y regalos. A partir de esa experiencia en el sismo yo no paré de recibir cosas buenas”.
Lucia dice que ella ya estaba en terapia antes del sismo y después tomó algunas sesiones más. “Además mis amigos me regalaban sesiones alternativas para alinear mis chakras, cosas así más espirituales”.
Después de toda la vorágine, volvió a su mente un momento bajo los escombros en el que se replanteó su vida y se dio cuenta que tenía una deuda con ella misma: cumplir su sueño de irse a estudiar a otro país.
Tenía esa deuda conmigo misma y por muchas razones no lo había hecho, así que en abril apliqué a un master de escritura creativa, en Madrid, España, me aceptaron en julio y en agosto, de 2018, ya estaba estudiando en otro país.
Así que el siguiente 19 de septiembre lo pasó ya fuera de México, adonde por el momento no piensa regresar. Ahora está en España haciendo un doctorado en Estudios Literarios, da clases en línea de escritura creativa y de storytelling para empresas, crea contenido, está escribiendo su segundo libro, que será autobiográfico y sobre el sismo, además tiene un club de lectura terapéutica y hace muchas otras cosas.
En España ha tenido que hacer de todo, desde niñera hasta trabajar en campamentos de verano. “He pasado momentos difíciles, una pandemia, una guerra, ha sido mi etapa de menos comodidades, pero han sido los cinco años más felices de mi vida”.
Los 19 de septiembre dice que hace un momento de reflexión, “de escritura, justamente, terapéutica en mi diario, a manera de confesión de sentimientos, de replantearme lo que pasó ya visto a la distancia y de agradecer”.
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Y es que, Lucía dice que ahora sabe que a todas las personas se les tambalean los cimientos, alguna vez, en su caso fue más literal, “pero todos experimentamos terremotos personales, y hay que aprender a reconstruir. Yo necesitaba ese derrumbe emocional para dejar enterradas ahí muchas cosas y decidirme a hacer lo que de verdad quería”.
Dos veces cimbrada
Guadalupe Padilla sintió como si una enorme roca rodara por abajo de la tierra y después el edificio donde vivía brincó tan fuerte que la hizo despegar los pies del piso y correr. Como pudo bajó las escaleras desde el tercer piso del Multifamiliar de Tlalpan y salió, iba corriendo por uno de los estacionamientos, hacia un parque de la unidad cuando el edificio 1C se desplomó a sus espaldas.
Las caras de sus amigos y vecinos que vivían ahí le vinieron como ráfagas una tras otra. Se volvió a quedar inmóvil. Su hija mayor, Vanessa, tuvo que ir por ella para jalarla y llevársela al parque del Multifamiliar. Era la segunda vez que un terremoto, en 19 de septiembre, le colapsaba la vida.
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El primero fue el de 1985. Ella ya vivía en el Multifamiliar de Tlalpan, donde entonces no hubo daños. Pero sus padres vivían en uno de los edificios que se cayeron del Centro Urbano Benito Juárez, en la Avenida Cuauhtémoc. Ambos fallecieron esa mañana del 19 de septiembre del 85, junto con uno de sus tíos.
Recuerdo que un amigo me llevó en su coche hasta allá. Llegando a donde estaba el Cine Estadio, volteo y ya no vi el edificio donde vivían mis padres. Un edificio enorme de 18 pisos había colapsado. Me bajé del coche todavía andando y llegué corriendo hasta los escombros. Empecé a jalar piedras, gritando mamá, papá, hasta que llegó mi amigo y me abrazó. Me dijo cálmate, no puedes hacer nada, ellos ya no están. En ese momento sentí que me arrancaban el corazón.
Para Guadalupe, ahora de 66 años, la pérdida de sus padres fue un golpe tremendo. “Mi padre era mi guía, mi maestro en la vida. Me costó mucho trabajo salir de la depresión en la que caí por la pérdida de ambos, estuve siete u ocho años en depresión. Te quedan muchas cosas, muchas culpas. Te culpas por no haberte despedido, por no decirles que los amabas. Esa culpa la cargas y la cargas y es difícil sacarla de tu vida”.
Guadalupe dice que afortunadamente con el tiempo y sus hijos pudo salir de esa crisis. “Pero me volvió a trastocar otro sismo, el 19 de septiembre de 2017”.
Ella cuenta que aquel día, a las 13:14 horas se encontraba en su departamento, en el edificio 4A del Multifamiliar Tlalpan, cuando la tierra se sacudió.
Por lo que vivió en el 85 con sus padres, los sismos le dan terror, la paralizan, así que apenas podía moverse, solo atinó a ponerme en el resquicio de la puerta, “entonces sentí como brincó el edificio y ese brinco me asustó tanto que me hizo correr, bajé como pude y cuando iba rumbo al parque fue que colapsó el 1C, escuché tronar los vidrios, volteé y vi cómo se vino abajo, es increíble como un segundo estás vivo y al siguiente puedes ya no estar.
Al departamento donde ella vivía no le pasó nada. Pero igual no podían entrar. Toda la unidad estaba en riesgo de derrumbe Las familias tuvieron que acampar en el parque. Estuvieron ahí por tres años, hasta que las autoridades les entregaron los edificios ya remodelados y reforzados.
En ese campamento improvisado, Guadalupe se hizo una casita de madera. “Yo trabajé en la Secretaría de Agricultura, en el área de construcción y como soy muy preguntona algo sabía de eso, así que con ayuda de un amigo y la madera que iba sobrando de la remodelación, me hice la casita”.
Cuando por fin le entregaron su departamento, Guadalupe decidió que lo iba a rentar y con esa renta se iba a pagar un lugar en otra parte, porque ya no podía con el miedo de volver a pasar por otro sismo.
La mayoría de los que vivíamos aquí, nos fuimos a otro lado. A mí irme me dolió muchísimo, llegué al Multifamiliar a los 17 años, con mi hija mayor de solo tres meses, aquí nacieron mis otros hijos, aquí nacieron mis nietos, aquí vivían mis dos hijas, tenía amigos y vecinos de toda la vida, nos encontrábamos y era ponernos a platicar, ir a tomar un cafecito, le venía bien a esto el nombre de Multifamiliar, porque eso era: un lugar familiar, con mucha calidez.
Sentada en una banca de un andador del Multifamiliar, Guadalupe pasea su mirada por lo que ahora es la unidad. “Mira ahora cómo está, está bonita, sí, pero se siente fría, se siente sola, triste, es como si el sismo le hubiera arrancado el corazón. Los vecinos ya son nuevos, son otros, ya no hay ese ambiente de antes, como de una gran familia”.
Entre el miedo y la nostalgia, Guadalupe decidió irse a rentar una casa lejos, a cinco minutos de Tulyehualco, donde habita hasta hoy.
Dice que le dolió mucho irse, porque, además, sus hijas vivían ahí en la misma unidad y convivían mucho, incluso crío a una de sus nietas. “Pero ahora una de mis hijas se fue a Toluca y la otra si se quedó en el Multifamiliar, con miedo, pero por la escuela de las niñas y su trabajo no se puede ir lejos”.
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Guadalupe ahora vive de su pensión, de la renta de su departamento y de su trabajo en un comedor comunitario donde gana 150 pesos al día. Pero tiene un sueño, y va a vender ese departamento en el Multifamiliar donde fue tan feliz para poder cumplirlo.
Quiere comprarse un terreno por Tepepan y ahí construir una casita de madera, como la que tenía en el campamento en el parque, ese es su sueño ahora.
De cómo pasa los 19 de septiembre, dice que en este mes trata de no estar pendiente del calendario para no saber los días. “Me evado, la verdad, trato de no saber cuando es 19, eso sí, prendo veladoras todo el mes, por todas las personas que he perdido y todos los que se fueron en ambos sismos”.
Tres años sin poder caminar bien
Edwin Sánchez Galicia tenía 11 años aquel 19 de septiembre de 2017. Llegó de la escuela, a su casa en el barrio de San Mateo, en la delegación Tláhuac, y subió a su cuarto. Estaba acostado cuando sintió como si lo hubieran aventado de la cama. Salió corriendo y bajó las escaleras. Se fue a donde están los baños de su casa, con un tío y un primo.
Estaba ahí por lo baños agachado, cuando sentí que algo me empujó y me mojé, quise pararme y ya no pude. Mis pies no me respondían.
Un tinaco que estaba cerca de donde Edwin se encontraba, se derrumbó, junto con un árbol, y le cayeron al entonces niño en el pie izquierdo, destrozándoselo. Sus padres sacaron el automóvil y lo llevaron de inmediato al hospital.
Estuvo tres meses hospitalizado. “Me acuerdo que en esos meses en una sola semana le hicieron dos cirugías, una el lunes y otra el miércoles, para ponerle arterias y piel de su mismo cuerpo en el pie, porque no tenía nada que le cubriera el hueso, que estaba, además, partido como en diez pedacitos”, dice su madre, Guadalupe Galicia.
Cuando Edwin salió del hospital, lo hizo en silla de ruedas, en la que estuvo casi año y medio. “Todo el primer año de secundaria me lo pasé así, en la silla. Mi mamá iba todos los días conmigo y se quedaba afuera del salón por si necesitaba algo”.
Después Edwin pudo ya moverse en muletas. Las usó alrededor de seis meses. Luego estuvo otros cuatro con bastón. Toda la secundaria se la pasó sin poder caminar sin ayuda de algún instrumento. Dice que fue difícil pasar esa etapa de su vida así.
“Sí tuve problemas para socializar y tener amigos. Pero lo fui sobrellevando y ya cuando mi mamá ya no iba conmigo (cuando ya usaba muletas) sí llegué a tener uno que otro amigo”.
Edwin tuvo en total 19 cirugías para poder reconstruirle su pie. La última fue hace unos dos años, cuando le quitaron hueso de la cadera para ponérselo en el pie.
Ahora se encuentra en tercer semestre de preparatoria y ya puede hacer su vida normal. Dice que va a estudiar para ser laboratorista. Pero no todo ha quedado en el pasado, los 19 de septiembre después de que se hace el simulacro, él y su familia se quedan un buen rato resguardándose en el lugar seguro que tienen para evacuar en caso de sismos.
Ahí nos quedamos un rato, por si las dudas, porque ya ve que hace seis años después del simulacro vino el terremoto, nos ha quedado ese miedo.
Pero mudarse de la casa donde vivieron el sismo de 2017 eso sí no lo han considerado. “Es una casa familiar, que es propia, porque es herencia de mi papá, así que no, no hemos pensado en mudarnos”, dice Guadalupe Galicia. Información Nmás
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