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Los diagnósticos incorrectos

Por Víctor Beltri

La oposición, es indudable, está en crisis. Sin embargo, los problemas que en la actualidad enfrentan los partidos políticos no son sino el resultado de los diagnósticos incorrectos del pasado.

Como en el caso del PAN y del PRD, al plantear una batalla equivocada con una coalición que estaba destinada al fracaso, como se advirtió en estas páginas desde mediados de 2017: “No existe un ganar-ganar porque son tantos los obstáculos, y tan poco claros los objetivos, que termina por parecer que el único objetivo es la obtención del poder a toda costa. Si el objetivo fuera, en realidad, que la democracia se fortaleciera, la lucha sería por reforzar las instituciones para garantizar un proceso irrebatible. Si el objetivo fuera evitar la continuidad del PRI, la lucha tendría que ser la misma, como también lo sería si lo que trataran, en realidad, fuera satisfacer a su propia base de electores. El proyecto es tan ambiguo en sus bases, tan incompatible en sus discursos, tan irrealizable en su ejercicio que difícilmente podrá ser explicado tras el cisma que habrá de provocar, necesariamente, con las alas más congruentes de cada instituto político. No es por ahí. Un Frente Amplio Democrático, llevado a sus últimas consecuencias, terminaría por debilitar a sus integrantes y a las instituciones, y favorecería a cualquiera de las opciones que hoy pretenden evitar” (“Frente Amplio Democrático: no es por ahí”. Nadando entre tiburones, 26/VI/17).

Y las instituciones, efectivamente, se debilitaron. El PRD —por un lado— está a punto de desaparecer, tal y como lo conocemos: “El @PRDMexico concluye un ciclo de su vida en el que fue promotor de cambios sustanciales para México. Ahora hay que renovarlo, corregir errores, y conformar un partido superior para ser contrapeso democrático ante la regresión autoritaria que representa AMLO”, sentenciaba —lapidario— Jesús Zambrano, desde su cuenta de Twitter, el pasado 13 de octubre. En el PAN —por el otro— la catástrofe está a la vista: cuando Felipe Calderón declara —por el mismo medio, el 12 de octubre— que “La esencia de @MarkoCortes es la traición, la corrupción y la hipocresía. Ahora traiciona hasta al propio @RicardoAnayaC. No digo que no lo merezca, pero por lo menos se hubiera aguantado un poco antes de descararse para evadir su responsabilidad en el desastre del PAN”, lo hace a sabiendas de que está rompiendo una lanza. El Frente naufragó de forma escandalosa, el PRD se asfixia en sus problemas financieros, el PAN se ahoga en una lucha intestina. El diagnóstico fue incorrecto.

Incorrecto, como lo fue el diagnóstico del PRI al presentar a un candidato extraordinario, sin entender que la elección pasada no se trataba de capacidad sino de esperanza, y que los resultados de gobierno, si —encima de exiguos— no se comunican de manera correcta, nunca serán suficientes para opacar los escándalos de corrupción de algunos de sus miembros. Hoy, el PRI se apresta a asumir su nueva realidad, como oposición, así como a la incertidumbre del futuro ante el desprecio de la ciudadanía.

Lo mismo que Morena, cuyo afán por el poder absoluto le ha llevado a sembrar, entre sus propias filas, la semilla de la discordia. Lo que para el gobierno federal ha resultado una transición más que exitosa, en la que el propio López Obrador ha reconocido que el país no sólo no está en crisis, sino que está mejor que hace seis años, para el partido que ocupa la mayoría en el Congreso se está convirtiendo en el inicio de una pesadilla, por una serie de diagnósticos incorrectos: las diferencias internas por el aeropuerto, entre quienes proponen consulta y quienes no están dispuestos por ningún motivo; la reducción de salarios y la austeridad republicana, que han llevado a los primeros brotes de rebeldía y a la exhibición del boato de sus colaboradores; los foros sobre la Reforma Educativa, reventados a sillazos por sus propios seguidores; el perdón a los delincuentes, repudiado por las víctimas, y las consultas sobre seguridad pública, canceladas en algunos de los estados de mayor incidencia, entre otros.

Diagnósticos incorrectos, como lo es considerar que los problemas del sistema se resolverán mejorando a los partidos en lo individual, sin darse cuenta de que la crisis no es de los partidos, sino del sistema de partidos, en su totalidad. Si de todo esto sale alguna transformación, ésta debería de comenzar —sin duda— por la reforma integral del régimen político vigente. Información Excelsior.com.mx

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