Por Yuriria Sierra
Estamos por salir de un sexenio en donde se reprochó la falta de aplausos (aquí fue antes, Trump). En estos años, también se nos ha dicho en repetidas ocasiones que las redes son irritantes, que son un mal reflejo de la realidad del país, porque van más para la crítica que para el halago.
Hace unos días lo reiteró Enrique Peña Nieto. ¿Qué tiene la piel de los políticos que es tan delicada? En muchas partes del mundo hay ejemplos de lo delicados que son ante la crítica. Aquí nos dicen que irrita. Trump asegura que son los fabricantes y divulgadores de fake news, siempre y cuando lo critiquen. En Venezuela, bueno, allá hasta cerraron canales de televisión y bloquearon otros, como CNN. La crítica no es vista como lo que es: un ejercicio necesario para la corrección del camino, para el refrendo del buen trabajo hecho, no sólo a nivel político, sino hasta en los ámbitos más personales de cualquier ser humano. Sí, hay de críticas a críticas, pero justamente por ello la intención y su éxito no está en quien la hace, sino en quien la recibe y consume.
Esto es de ayer, de la pluma de Raymundo Riva Palacio: “López Obrador puede hacer todo lo que quiere con Morena porque el movimiento es él. Nadie alza la voz, nadie objeta estas decisiones. Los hijos, aunque inexpertos en muchos momentos, tampoco le han fallado. El control vertical lo reproducen cabalmente, legado claro del pensamiento del candidato…”.
Un día antes, Jesús Silva Herzog Márquez, en Reforma: “López Obrador ha vuelto a sus orígenes: ha fundado un partido con la ambición de recoger a todos los ambiciosos, un partido en el que las ideas no importan. Ha fundado un partido para que la política no castigue a nadie…”.
López Obrador respondió en Twitter: “Hace tiempo que Jesús Silva-Herzog Márquez me cuestiona con conjeturas de toda índole. Hoy, en el periódico Reforma, me acusa sin motivo de oportunista. Ni modo, son tiempos de enfrentar a la mafia del poder, a sus secuaces y articulistas conservadores con apariencia de liberales…”. Esa misma tarde, Enrique Krauze respondió a López Obrador: “El mesianismo condena. El liberalismo debate…”. El precandidato presidencial le reviró: “Enrique Krauze: En buena lid y con todo respeto, tú también eres de aquellos profundamente conservadores y que simulan, con apariencia de liberales. Y por su puesto que acepto la crítica y respeto el derecho a disentir…”.
Lo curioso es que, aunque AMLO se diga abierto al diálogo y la crítica, sus respuestas ante esta última siempre van de la mano de la descalificación. Ser miembro de lo que llama mafia del poder. Estar maiceado. En fin, la crítica lo irrita, es evidente. Quién diría que tiene tanto en común con su enemigo. Siempre ha sido así. A pesar de que su discurso en ésta, su tercera campaña presidencial, pareciera estar moderado, lo cierto es que sigue siendo su talón de Aquiles: no le gustan los señalamientos, menos aun cuando son, incluso, similares a los que él suele hacer de sus adversarios. Su manera de diferenciarse de ellos es poner su palabra en garantía, como acto de confianza que le parece suficiente para decir: no soy como ellos. Pero, repito, los últimos años han sido de un gobierno incapaz de aceptar errores, de abrir las puertas a la crítica, a voces cuyo origen no sea el círculo cercano a Los Pinos. De eso venimos, el puntero en las encuestas nos dice, como lo ha hecho desde hace casi 18 años, que, de ganar, seguiremos ahí: esperando su descalificación cuando osemos cuestionarlo. El aplauso sí, la crítica no (¿a quién nos recuerda?).
México es un país peligrosísimo para ejercer el periodismo. Eso nos indigna. En mi noticiero en televisión he llevado cuenta de cada uno de estos asesinatos. Y no sólo a los periodistas: ahora hasta a los youtubers incómodos les está costando la vida. Les he dado seguimiento. Igualmente me ofende que se agreda al periodismo de opinión, ése que se hace con análisis y conocimiento de causa, tope con pared o, mejor dicho, con la piel de los personajes que no soportan los cuestionamientos. No hay ni habrá manera de fortalecer nuestra democracia si uno de estos polos permanece impune y si este otro, el intelectual, está constantemente descalificado. Y una democracia en la que el poderoso descalifica al que lo cuestiona, no hay sino autoritarismo y todos sus abismos asociados en el horizonte. Información Excelsior.com.mx