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Más allá del debate que hay sobre la sobrerrepresentación en el Congreso de la Unión, es innegable que un amplio sector de la población apoyó a Morena, a sus aliados y a su programa de gobierno. No hace falta saber si ese sector tiene amplio conocimiento sobre dicho programa, si votó por afinidad a Andrés Manuel López Obrador o por rechazo a lo que representan el PAN, el PRI y el PRD; el punto es que apoyó a una coalición que propuso varias reformas, de entre la que destaca actualmente la reforma al Poder Judicial.
Por lo anterior, me parece un error de parte de los opositores, y de quienes no coincidimos con el oficialismo, decantarnos por la parálisis y rechazar por completo las reformas que impulsan Morena y compañía. En primer lugar porque, con la nueva correlación de fuerzas, difícilmente se puede detener cualquier intento de cambio; después, porque fue la parálisis la que reforzó la idea de que el oficialismo necesitaba todo el poder para cambiar al país y, finalmente, porque rechazar completamente las propuestas de reformas sólo provoca que sobresalga una voz y una perspectiva de transformación, como si la mayoría electoral implicara infalibilidad y absoluta razón sobre lo que necesita el país.
Es verdad que de parte de Morena y aliados no hay vocación por escuchar voces disidentes y también que se regodean en su borrachera de poder; sin embargo, este no es motivo suficiente para, como mencioné en otra columna, no intentar construir país desde la oposición: comunicar acertadamente mejoras a las propuestas de gobierno, argumentar con claridad rechazos puntuales, exigir el cumplimiento de los objetivos que se plantea el gobierno. Si esto no ayuda a darle sentido a los planteamientos del oficialismo, servirá como testimonio: había otras formas de cumplir con su objetivo de cambiar el país y no quisieron impulsarlas.
Lo anterior también implica dejar atrás las fórmulas políticas tradicionales, así como sus marcos interpretativos. Los partidos políticos deben reinventarse, alejarse de la misma clase política de siempre y de las ideas de antaño; apuntar a futuro y dejar de pensar a corto plazo. ¿En dónde están los nuevos líderes? ¿Qué ideas de gobierno ofrecen? ¿Qué nuevas alternativas hay para el México que está igual de cerca de la mitad de siglo que del año dos mil?
Aquellos y aquellas que aspiran a aportar desde el terreno de las ideas también deben reinventarse, independientemente de si son adultos jóvenes. Los marcos interpretativos de mañana no pueden ser los de ayer. El lopezobradorismo proyecta que sus ideas son innovadoras, propias de nuestro tiempo, pero en el fondo son igual de viejas que las de la transición. Es que el lopezobradorismo, y gran parte de sus ahora opositores, surgieron durante el régimen de la transición y llevan repitiendo sus propuestas e ideas por casi treinta años. ¿Hasta cuándo nos sacudiremos de la misma clase política y de sus marcos interpretativos?
Así pues, manifiesto que, para atajar la coyuntura de nuestro tiempo hay que empezar por asumir que ser oposición no implica parálisis, que ser oposición no significa apostar por el pasado, que ser oposición no es un impedimento para reinventarse políticamente y que, ser oposición, no debe obstaculizar la imaginación y las nuevas ideas. ¿Acaso alguna de las fuerzas políticas que no coinciden con el oficialismo ofrece algo de eso? Información Radio Fórmula