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Marcelo Ebrard se la ha pasado muy bien desde que dejó la Secretaría de Relaciones Exteriores.
El lunes está comiendo en alguna fonda, el martes está en Teotihuacán, el miércoles está liberando tortugas, el jueves posa en fotos con su esposa, el viernes pasa a saludar a su maestra del kinder, el sábado va al tianguis a pensar cosas y el domingo —como el lunes ya no tiene que ir a trabajar— se va de fiesta a bailar.
De vez en cuando se acuerda que quiere ser presidente y que tiene que proponer algo. Así que reúne a su equipo de asesores y les pregunta que tienen para él. El primero le pide que un día —después de grabar un Tik Tok y de buscar un outfit que lo haga ver más chavo— se reúna con la militancia en algún lado y que se tome una foto para que parezca que alguna vez repartió el Regeneración.
Al chavorruco del equipo se le ocurre que en algún momento puede proponer un plan de seguridad retro, algo así como de película de Robocop, con efectos especiales de los noventa —ya saben que la nostalgia está de moda— y con tecnología que detecta a la gente peligrosa dependiendo de su caminar o si sabe bailar o no el payaso del rodeo. Por último, el menos chispa de todo, le pide que recuerde que es necesario que haya debates entre aspirantes. Así cuando Claudia Sheinbaum empiece a hablar en tabasqueño, el ex canciller puede platicar —otra vez— que AMLO es su carnal.
Cuando se libera de su pesado itinerario y de sus asesores deja salir al político que lleva dentro: anticipa los intereses del presidente, mete a Andrés López Beltrán a la contienda y lo congela públicamente, pone en jaque a Claudia Sheinbaum y de pasada le mete un tallón a Xóchitl Gálvez. Lamentablemente para él esto ocurre muy poco.
A Marcelo Ebrard le prometieron una (no) campaña para ganar la encuesta para ser candidato a la presidencia de la República, pero en realidad se lo llevaron a grabar “La risa en vacaciones”. Información Radio Fórmula