Por: Víctor Beltri
Las cosas siempre estuvieron claras: las declaraciones incendiarias, los dimes y diretes, las acusaciones, no fueron sino parte de una estrategia que parece haber contemplado, desde siempre, la ruptura entre Margarita Zavala y el Partido Acción Nacional como el primer paso efectivo para la llegada del Frente al poder.
Un Frente que, pese a las dudas sobre su organización, intenciones o alcance, es real y está más que preparado para la elección del 2018. No sólo cuenta con una causa definida y transversal —esto es, que puede ser adoptada y sostenida por todos los sectores de la sociedad, con independencia de su filiación partidista— sino que, además, cuenta ya con una base sólida y leal —que estaría dispuesta, como lo ha hecho con anterioridad, a tomar las calles y defenderlas con violencia, si fuera necesario—, así como el apoyo —económico— irrestricto de algunos sectores muy poderosos de la sociedad civil y —ahora, de manera más que presumible— una candidata viable que estaría dispuesta a abanderarle. Lo que hasta hace algunos días era una entelequia, hoy parece ser una realidad inminente: el Frente, de la mano de Margarita Zavala y con la experiencia de Felipe Calderón, no podría tener mejores representantes: ni en el PAN ni en el PRD ni en Movimiento Ciudadano ni en ningún otro. Margarita Zavala es la única persona capaz de darle coherencia a un Frente que, además, pareciera hecho a su medida.
Un Frente contra el que ninguno de sus posibles adversarios tiene argumentos que sean válidos, al mismo tiempo, en lo personal y en lo institucional. Las ideas sustentadas por el Frente pueden ser sustentadas por los seguidores de algunos partidos, pero siempre a sabiendas que no reflejan las de las instituciones a las que pertenecen, al menos no por completo. Así ocurrió con el PAN, con el PRD, con MC: a pesar de que algunos de sus integrantes comulgan con las ideas del Frente, llevarlas al extremo les hubiera significado la alienación en sus propias instituciones; las ideas del Frente, simple y sencillamente, han sido demasiado radicales para un sistema político que -desde un principio- fue concebido precisamente para tratar de evitar los problemas que no sólo se avecinan, sino que estamos viviendo ya.
Viviendo ya, en las discusiones bizantinas que, a través de los nuevos medios, han traído de regreso temas superados: el debate moderno sobre gestión gubernamental se convierte, poco a poco, en uno de moralidad y culpas retroactivas. El conservadurismo está de regreso con el Frente que, inevitablemente, habría de enarbolar Margarita Zavala, y que no es precisamente el Ciudadano por México, sino el Nacional por la Familia. Un frente que, además, ha mostrado más músculo que cualquiera de las opciones políticas que serán sus rivales, un músculo que comulga por completo con las ideas que asoman detrás del rebozo; un músculo, además, apoyado desde al menos uno de los laterales del Zócalo. La discusión tornará de eficiencia a la moralidad; de resultados a percepciones. A lugares comunes. A buenos y malos. A traidores y rebozos.
Gasolina derramada en la pradera en llamas. Sólo existen dos maneras de ganar una elección: a través del entusiasmo o a través del miedo. Por sus obras los conoceréis: quienes no dudaron en dividir a un país con el “Peligro para México”, cuando era una causa política, no dudarán en hacerlo —de nuevo— cuando consideren que se trata de una del orden moral y que —además— les permite cobrar venganza frente a su némesis tabasqueña, otro fanático religioso, y frente a los integrantes del otro frente, al que desprecian, el que apoyan los compañeros del partido erróneamente idealizado que, sin embargo, no pudieron mantener unido durante sus mandatos y, mucho menos, al terminarlos.
Fanáticos de un lado, fanáticos del otro, corruptos disfrazados de ciudadanos. Con este panorama, a ocho meses del cambio —no, menos, nueve, como dice Andrés Manuel— si las cosas siguen como van no quedará, sino persignarse. Para evitar el cambio, para aceptarlo o para resignarse. Literalmente. Información Excelsior.com.mx