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El presidente debe asumir que más allá de la silla presidencial es sólo un hombre. La exagerada fe que se tiene a sí mismo y las cursis alabanzas que le hacen día con día los mediocres de sus cortesanos, le han hecho creer que dirige las fuerzas de la historia y que le basta con sus mañaneras para decretar el futuro de la República. Pero la historia sigue su curso, la política, el crimen, los negocios, el poder, y todo lo demás, han existido siempre y seguirán existiendo cuando ya no esté; y la silla del águila se mantendrá ahí, inmóvil, enorme, a la espera un nuevo ocupante, mientras él descubre que sin ella es pequeñito.
En lo poco que va del año hemos sido testigos de su empequeñecimiento. Primero, diferentes análisis sobre la detención de Ovidio Guzmán apuntan a que ésta se hizo sin notificarle previamente al presidente —o sin transmitirle toda la información— y en colaboración —en mayor o menor medida— con el gobierno de los Estados Unidos, en el marco de la visita de Joe Biden. Esto implicaría que las fuerzas armadas empiezan a seguir su propia lógica y sus propios intereses, tal y como lo han hecho antes con Enrique Peña Nieto y Felipe Calderón. La antesala de todo esto ha sido la postura del presidente frente al caso Ayotzinapa y los Guakamaya Leaks, en donde ha defendido y minimizado las acciones de las fuerzas armadas, incluyendo las que desconocía que hacían. Entre más las fortalece y más lo ayudan a implementar su programa de gobierno, menos capacidad de control tiene sobre ellas.
Por otra parte, fue derrotado completamente en la Suprema Corte. Un académico —neoliberal, si eso le tranquiliza al público obradorista— demostró que la ministra Yasmin Esquivel, aliada de su gobierno y esposa de su amigo y contratista favorito, José María Riobóo, cometió un plagio en su tesis de licenciatura y con eso evitó que fuera nombrada presidenta de la Suprema Corte. En respuesta, el presidente ha querido desprestigiar a la UNAM quien, pese a todo, ha actuado correctamente y conforme a derecho: confirmó el plagio y revisa qué puede hacer frente a él desde su normatividad. Enrique Graue, a diferencia del presidente, entiende que la UNAM es mucho más grande que él y que hay que mantener la coherencia institucional, independientemente de las siempre existentes grillas.
Por último, la campaña de Claudia Sheinbaum se cae a pedazos. Cegado por su arrogancia y por el veneno que escupen las serpientes que lo rodean, creyó que los resultados electorales de 2021 en la ciudad fueron producto de la traición y del aspiracionismo de las clases medias. Eligió no ver la realidad y la ineptitud de los suyos, y abrió antes de tiempo el juego de la sucesión, creyendo que, así como controla a Morena, podría controlar la coyuntura para encumbrarla como presidenta. Craso error: desde el día uno ha perdido paulatinamente control en ciertos rubros de la política, se ha alejado de varios de sus aliados y ha decidido enfrentar cada una de las crisis yendo hacia adelante, insultando y creyendo que lo que le recomiendan sus cercanos es suficiente para atajar la coyuntura. El mejor ejemplo es lo sucedido con la crisis en el Metro de la ciudad: abrazó la narrativa de la Jefa de Gobierno y le brindó todo su apoyo, incluyendo 6 mil elementos de la guardia nacional para enfrentar “el sabotaje”. El resultado: la mayoría de los capitalinos desaprueba la gestión de Claudia Sheinbaum y considera que el problema del Metro es de mantenimiento.
Tiene razón Adán Augusto, a quien empiezan a apuntar como la nueva corcholata favorita tras los errores de la Jefa de Gobierno: “los tiempos del señor son perfectos”. Pero esos están fuera del control del hombre, sin importar el tamaño de su ego. Información Radio Fórmula