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Meade: administrar la furia

Por Yuriria Sierra

Ayer escribimos sobre un escenario hipotético en el que López Obrador gana el primero de julio la Presidencia y cómo eso, para él y para su gobierno, representará un ejercicio de administración de la decepción (para los suyos y para los demás) ante la imposibilidad de cumplir con todas las promesas que ha realizado y las expectativas que ha generado a lo largo de tantos años. En este segundo ejercicio, pensaremos en la hipotética permanencia del PRI. Lo que hoy se calcula complicado, pero que irá trazando sus posibilidades conforme avance la campaña. El voto antiAMLO es tan poderoso como el antiPRI; y con ese comparativo, más quienes opten por ejercer el voto útil, alimentamos esta hipótesis. De los cuatro candidatos, quien cuenta con una estructura que, como dice el lugar común, lo respalda, sin duda es el candidato no priista del PRI. Veamos.

Hipótesis 2: Meade gana la elección. Pasó el 1 de julio. José Antonio Meade revirtió la tendencia con la que inició la campaña. Logró el mayor número de votos. Tendrá un poselectoral casi infernal, pues, así ganara con una ventaja aceptable, seguramente “el tigre” se soltaría (así fuera a través sólo del performance de la violencia, como lo llaman los académicos), generaría un clima de polarización mucho más extremo al que hemos experimentado hasta hoy. Adicionalmente, se antoja difícil que cuente, al menos no al inicio, con el respaldo del PAN y su candidato presidencial, con quien la guerra electoral no hizo sino escalar desde antes de que iniciaran las campañas. Meade, respaldado por el voto útil antiAMLO que le habrá concedido la victoria, hace uso de todos sus dotes de negociador (no en balde pudo negociar, año tras año, complicados presupuestos en las cámaras) para establecer un clima de cierta calma y armonía entre los poderes del Estado. Pero esa noticia, la de que el PRI seguirá otro sexenio en Los Pinos, que las reformas estructurales tienen, al menos para los próximos seis años, el futuro asegurado, tiene a los mercados tranquilos y a la inversión privada fluyendo. La furia no estará ahí, sin duda.

Estará entre segmentos de la población que a lo largo del último sexenio no pudieron más que odiar a ese PRI que, a su regreso, tras 12 años fuera del Ejecutivo, le recordó a México que sí, que las suyas son las instituciones que construyeron el país, pero también que, a través de ellas, se anidaron varios de los peores vicios que dañan al Estado y a la democracia, pero, sobre todo, al sentimiento de transparencia, rendición de cuentas y combate a la corrupción.

De Meade nada pueden decir sus opositores, por mucho que se esfuercen. Su reputación y trayectoria están ahí, a la vista de todos. Insostenibles resultaron los intentos de ensuciarlo, de ponerlo en el mismo saco que a otros personajes. Pero, ¿cómo le haría el presidente Meade para distanciarse de figuras de tan cuestionable currícula? ¿Cómo surfear la furia de sectores de la sociedad al ver a personajes de este sexenio queriendo extender su temporada para el privilegio? ¿Cómo le haría el presidente Meade para reconciliarse con la sociedad? Seguramente lo que parece imposible que haga en la campaña: sacrificando a lo peor del PRI y rodeándose de lo mejor (que sí lo hay) no sólo del PRI, también del PAN, del PRD, de la sociedad civil y, por supuesto lo intentaría, hasta de Morena.

¿Su capacidad para el diálogo y la conciliación alcanzarán para bajar la presión que, de conseguir el triunfo en las urnas, vendrá? ¿Qué garantías está dispuesto a mostrar para no dar lugar a dudas de su triunfo? José Antonio Meade abrazó su ventaja de ciudadano no militante para tomar distancia de un partido lastimadísimo por yerros propios.

La mala reputación del PRI es el peor enemigo de la buena reputación de Meade. Recién prometió #FueraElFuero a todos los niveles. Probablemente el presidente Meade apostaría a la gran reforma en materia de legalidad e impartición de justicia que tanto le hace falta a México. No sólo porque sabe que sería requisito para administrar la furia de los ciudadanos, sino porque, como buen economista que es, tendría clarísimo que es la mejor fórmula para garantizar mucho mayor crecimiento que, a su vez, disminuya la desigualdad y la pobreza. Si lo lograra, el hipotético presidente Meade podría, incluso, empezar a administrar una nueva esperanza y narrativa de país. Información Excelsior.com.mx

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