Por Pascal Beltrán del Rio
El año de 1968 comenzó con escasa conmoción informativa. Fuera de los sucesos que se daban en Checoslovaquia —donde el 5 de enero renunció Antonin Novotny como primer secretario del Partido Comunista, y con ello comenzó la llamada Primavera de Praga—, no había en los periódicos mexicanos indicio alguno de la turbulencia política y social que caracterizaría al año que arrancaba.
El 4 de enero, Excélsior informaba sobre los sucesos en Acapulco que llevarían a la cárcel a la pintora veracruzana Sofía Bassi, cuyo yerno, el conde italiano Cesare D’Aquarone, había amanecido flotando en su alberca, en la Quinta Babaji de la zona de las Brisas, fulminado por cinco balas que salieron del cañón de su propio rifle de cacería.
Para México el año arrancaba con un tono de optimismo. El gobierno federal y la iniciativa privada anunciaban inversiones sin precedentes. El presidente Gustavo Díaz Ordaz exhortaba a los corresponsales extranjeros a “comprender mejor” al país, que en octubre vería culminado su sueño de ser sede de los primeros Juegos Olímpicos en América Latina, un proyecto que había comenzado veinte años atrás.
Pero, como se sabe, esa no sería la tónica de 1968. No sólo en México, sino también en buena parte del mundo, el año pasaría a la historia por una cauda de conflictos estudiantiles, protestas multitudinarias, guerras y magnicidios. Un año que sigue siendo sinónimo de profundas transformaciones culturales y cuyo significado continúa revisándose. “El sesenta y ocho fue, sin lugar a duda, el periodo de 12 meses más caótico, turbulento e influyente en la historia de Estados Unidos”, ha descrito el historiador Ted Rosenof. “En una palabra: fue tumultuoso”. Y así como Estados Unidos fue marcado por la lucha por los derechos civiles y la Guerra de Vietnam, y Francia lo fue por el movimiento estudiantil que culminó en el mes de mayo de aquel año, el México actual tiene muchas de sus raíces en 1968.
Hace medio siglo comenzaron cambios políticos y sociales a los que hay que referirse para entender muchas de las cosas que suceden hoy en el país. Así como un día de 1938 marcó la Presidencia de Lázaro Cárdenas, un día de 1968 marcó la de Díaz Ordaz. ¿Cómo sería recordado por la historia el poblano de no haber terminado en represión el movimiento estudiantil del sesenta y ocho? La respuesta a la pregunta es necesariamente especulativa, pero si nos atenemos al resto del sexenio diazordacista, quizá la memoria colectiva que se tendría de él y su gobierno no sería muy distinta a la que se tiene de los dos presidentes anteriores, Adolfo Ruiz Cortines y Adolfo López Mateos y de un periodo caracterizado por un desempeño económico entre aceptable y bueno (el Desarrollo Estabilizador).
Pero el 68 fue lo que fue, y hoy Díaz Ordaz es recordado, sobre todo, por la forma en que su gobierno dejó crecer un problema que, presuntamente, comenzó con un incidente en una cafetería —el manoseo a una joven— y derivó en una riña entre estudiantes en la Plaza de la Ciudadela y en un acto estúpido e innecesario de represión por parte del Cuerpo de Granaderos de la Ciudad de México, lo cual hizo salir a la calle a decenas de miles.
Es ética, legal y políticamente injustificable que eso haya terminado, 72 días después, en una masacre en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. Las consecuencias de esos hechos perduran al día de hoy. La relación entre las fuerzas de seguridad y los gobernados nunca volvió a ser la misma.
Por un lado, hay una mayor conciencia de los problemas que puede acarrear la falta de atención a los conflictos y las expectativas sociales, lo cual es positivo. Pero, por otro, la autoridad tiene, desde entonces, un notable pavor de aplicar la ley para que no se le señale como represiva.
En cincuenta años no hemos sabido construir una seguridad pública distinta, basada en la institucionalidad democrática y el respeto al Estado de derecho. Seguimos acarreando un modelo policiaco represivo que data del Porfiriato y que hizo crisis en 1968. Cuando ese modelo perdió su principal característica para mantener el orden —el temor que provocaba entre los gobernados la posibilidad de la coerción—, dejó de servir, sobre todo cuando el poder comenzó a compartirse entre varios partidos políticos.
A diferencia de lo que sucedía hace medio siglo, este año comienza convulso. Por eso, los acontecimientos no deben tomarnos por sorpresa. Las lecciones de la historia están ahí para aprenderse. Información Excelsior.com.mx