Por Víctor Beltri
Culiacán lo cambia todo. Más allá de la narrativa oficial, que pretende mostrar el fracaso en el operativo –y la humillación a las Fuerzas Armadas– como un gesto de humanidad y pacifismo por parte del jefe del Ejecutivo; o de la narrativa de la oposición, que tratará de aprovechar el incidente y capitalizarlo políticamente, la claudicación de Culiacán cambia por completo el modelo de relación entre el Estado Mexicano y el crimen organizado.
Una relación completamente distinta a lo que hemos conocido y que, en los hechos, convierte a los jefes de cada plaza en una suerte de señores feudales que se saben intocables en su propio territorio, y que ahora –además– saben que la ruta para poner al gobierno de rodillas pasa por el secuestro de la ciudadanía como ocurrió en Culiacán.
El humanismo de López Obrador nos acaba de convertir en rehenes de cualquiera que tenga el poder de fuego suficiente para infundir miedo en el gobierno federal.
La renuncia del Estado al monopolio de la fuerza pone en riesgo constante a la ciudadanía y altera la estructura de legalidad que sostiene a las instituciones: el crimen organizado, para efectos prácticos, ahora tiene soberanía sobre los territorios que controla y en donde sabe que no será perseguido en tanto sea capaz de generar violencia.
La capitulación no ocurrió en el momento en el que se decidió liberar al hijo de El Chapo, sino cuando el Presidente de la República advirtió –avisó, notificó– que su gobierno no actuará en circunstancias que pudieran tener como consecuencia un baño de sangre.
Esa es la receta, y los narcotraficantes –seguramente– han escuchado el mensaje, como también lo habrán escuchado otros grupos con sus propias capacidades y agendas.
Culiacán lo cambia todo, y la estrategia presidencial, antes que solucionar el problema, entrega a la ciudadanía, como rehén, a cualquiera que quiera utilizarla como moneda de cambio. La semana pasada fueron los culichis; ¿cuánto tiempo pasará antes del siguiente amotinamiento con el fin de doblegar al gobierno?
¿Quién sigue? ¿Taxistas, maestros, policías?
¿Ecologistas? ¿Animalistas?
La estrategia presidencial crea distorsiones sobre distorsiones que ya había creado con anterioridad: en algunos estados no se sabe si manda el gobernador constitucional, el superdelegado morenista o partir del jueves pasado, el jefe de cada plaza que ahora se sabrá impune y que, en el caso de lo ocurrido la semana pasada, primero envió a un Ejército para conseguir su liberación y, después de haberlo logrado, a sus abogados con mensajes de agradecimiento.
Han pasado apenas unos días, y la información sigue fluyendo a cuentagotas, confusa, con cabos sueltos que buscan llenarse con la retórica de siempre contra los conservadores y que pretenden validar la visión de quien, esta vez, se ha equivocado y la hibris no le permite reconocer que ha convertido a México en un rehén.
Y el rescate, lamentablemente, lo pagaremos todos. Información Excelsior.com.mx