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¡Moderados!

Por Pascal Beltrán del Rio

Fruto del ejercicio de interpretación de la actuación del gobierno federal apareció en los medios la división del grupo de colaboradores de Andrés Manuel López Obrador en “moderados” y “radicales”.

Lo anterior tiene alguna justificación, dada la propensión del Presidente de la República a expresarse mediante discursos diferenciados, uno dirigido a las élites y otro al pueblo raso, con frecuencia contradictorios entre sí.

Pero esa visión es más un producto de la imaginación de desbocados analistas que una cosecha de datos duros aportados por fuentes de carne y hueso. En realidad –como lo saben los reporteros que no le hacen al cuento– no es que abunden los integrantes del círculo cercano de López Obrador que se animen a intimar con periodistas para contarles los detalles del día a día de la vida en Palacio.

Aun así, el supuesto enfrentamiento de girondinos y jacobinos en la Cuarta Transformación ha prendido en la discusión pública. Si un signo de la política es la polarización, ¿por qué no habría de haber bandos opuestos dentro del gobierno?

El cuento choca con la personalidad del propio Presidente. De eso sí hay fuentes, pues él lleva más de tres décadas en la política y muchos de sus antiguos colaboradores han hablado abundantemente sobre su relación con el tabasqueño y de su estilo de hacer política. Por ellos sabemos que no es dado a empoderar el disenso en su entorno inmediato ni a pedir consejos.

La trama de los “moderados” y los “radicales” es conmovedoramente sencilla. Los primeros quisieran que el gobierno emprendiera reformas suaves y paulatinas del sistema político, mientras los segundos serían partidarios de rupturas profundas y rápidas.

Al observar el desempeño de quienes son señalados como parte de uno u otro grupo, parecería que la única diferencia real es que los llamados moderados son más disciplinados y acatan de forma más puntual la línea que dicta el Presidente que aquellos a los que se etiqueta de radicales. Es decir, los primeros son más callados que los segundos.

Poco importan las posturas personales y la trayectoria de los miembros del gabinete y el equipo cercano. Resultan irrelevantes, quien dicta las acciones y los tiempos es el Presidente, nadie más, al punto de corregir públicamente a sus colaboradores. En el gobierno hay una sola voz y ésta se acata.

Si a alguien se le ocurre que puede pasarle una bola baja al Presidente y que éste se quede con el bat al hombro, eso no va a ocurrir. Y ahí está el incidente del fracking para demostrarlo.

Por alguna razón, el cuento de los “moderados” y los “radicales” parece haber caído en gracia al Presidente. Se podría decir que le gustó la narrativa, como dicen los pomposos.

El lunes, en el Zócalo, López Obrador la utilizó en su discurso para celebrar el primer aniversario de su triunfo electoral. “Seamos cada vez más fieles a los anhelos y a las esperanzas que tiene el pueblo de México en el cambio verdadero”, conminó a sus simpatizantes. “Este proceso no tiene retorno. Ni un paso atrás. Nada de titubeos o medias tintas”.

Prosiguió: “En la defensa de las causas de la honestidad, la justicia y la democracia, no somos moderados, somos radicales. En estos tiempos, como decía Melchor Ocampo, el moderado es simplemente un conservador más despierto”.

¿Tenía destinatarios ese mensaje o era meramente una advertencia de que el Ejecutivo ahora cuenta con una etiqueta –¡moderado!– para reprender o remover a los funcionarios que ya no le funcionen? Información Excelsior.com.mx

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