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Ni Facebook ni Twitter son hoy nuestro gran problema

Por Ángel Verdugo

Uno de los temas que como consecuencia de los acontecimientos registrados en la capital de Estados Unidos entró de manera destacada en la agenda nacional es, reconozco, uno que me sorprendió y preocupó; no por el tema mismo sino por los efectos “distractores” de lo que es, aquí y ahora, nuestro problema fundamental.

De una manera rara, por decir lo menos, la discusión pasó de las intenciones del Presidente de pretender desaparecer los organismos autónomos y violar la Constitución al hacer campaña en favor de los candidatos de su partido en el actual proceso electoral, a la discusión de un tema por demás, hoy, secundario.

Como por arte de magia, los temas en verdad importantes y actuales fueron dejados de lado para entrar, como si en ello nos fuere la vida, en una discusión que en ciertos momentos rayó en lo ridículo al poner en el centro de la discusión —con un celo digno de mejor causa—, algo que, si bien no es un tema menor, tampoco es el fundamental en estos momentos. Ahora resulta que lo determinante aquí y ahora, es “el papel casi dictatorial” que algunos le han asignado a Facebook y Twitter.

Señalarlos como censores y por detentar un poder con el cual, si nos atuviéremos a los dichos de tanto “especialista”, dominarían el mundo en todos sentidos, acaparó reflectores y dominó el análisis de nuestros “expertos y analistas”, así como de otros que de todo opinan pues no tienen ciencia aborrecida.

Por allá destacaba el purista que aboga por una libertad sin límite alguno y acompañándolo, no pocos que nos prevenían —con sus doctas admoniciones—, de lo nefasto y peligroso que es ya, el “nuevo orden internacional” creado por Facebook y Twitter. Es tal su poder, dicen, que esa dupla maléfica atropella gobiernos sin consideración alguna.

No recuerdo que en México se haya presentado tal avalancha de tonterías en contra de lo que es, finalmente, un recurso tecnológico más. Éste ha hecho posible —según algunos que poco conocen de la política real—, la victoria de éste o aquel partido y/o la entronización de algún cacique pueblerino.

Según estos “especialistas”, las redes sociales —específicamente aquellas dos—, pueden hacer ganar elecciones a un retrasado mental y también, ¡faltaba más!, los que las controlan pueden tumbar gobiernos sin obstáculo alguno al frente. La operación de esa dupla infernal, afirman sin mesura, que desde el anonimato y la peor perversidad, dominan a millones de personas sensatas e inteligentes para que éstas, sin poderse rehusar, pierdan toda capacidad de decidir al haberlos convertido en esclavos de esas redes.

Hoy, de acuerdo con sus juicios, en México la estabilidad económica y política no peligra por los efectos de una pésima gobernación basada en niveles de ignorancia pocas veces vistos en los últimos 50 o 60 años. Es más, nada tienen que ver en ese riesgo que corremos, las ideas caducas de los años sesenta del siglo pasado del gobernante actual; todos nuestros males y amenazas se deben, dicen los “expertos”, a la acción de aquéllas las cuales, todavía hace unas semanas, el que más las critica y acusa hoy de ser el nuevo poder mundial, las calificaba eufórico como “las benditas redes sociales”.

En los últimos doscientos o trescientos años han surgido, de tanto en tanto, avances científicos y tecnológicos en contra de los cuales, los ignorantes opositores al cambio los rechazaron. Finalmente, la razón se impuso y los avances se convirtieron en instrumentos para elevar la productividad y en no pocos casos, la calidad de vida. Al principio, por la ignorancia al no saber cómo tratar esos avances, los condenaron; sin embargo, poco a poco los entendieron y fueron —en los casos que así lo ameritaba—, regulados y todo el mundo los aceptó.

Hoy, la condena a las redes sociales y el deseo de control por parte de los que ven amenazados sus sueños autoritarios se ven apoyados —desde el extremo opuesto—, por quienes viven alejados del mundo real; piensan que lo que debe regir frente a las redes, debe ser su visión ilusoria de una libertad la cual, sin duda, rayaría en el libertinaje y la impunidad para delinquir.

Termino; ¿a quién beneficiaría que nos hubiésemos desentendido de nuestros verdaderos problemas para abrazar, ingenuamente, una discusión de un tema el cual, hoy, digan lo que digan, no es el fundamental? ¿Y usted, ya sabe a quién? Yo también. Información Excelsior.com.mx

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