Por Yuriria Sierra
El reporte es de la agencia AP, se lo conté en Imagen Noticias hace unas semanas: venezolanos comprando carne, sí, carne… sólo que echada a perder debido a que los refrigeradores no funcionan, pues en Maracaibo, la segunda ciudad más grande del país, la energía eléctrica es un servicio poco constante.
Los perecederos se pudren más rápido bajo estas condiciones. Además, la escasa distribución de agua poco ayuda. Y los comerciantes no quieren perder, así como los consumidores buscan la manera de hacer comestible lo que ya no lo es: “Huele un poquito mal, pero eso se lava con un poquito de vinagre y limón…”, confesó un hombre, padre de tres niños, al reportero de AP. Cuatro carniceros aseguraron, también, que a pesar del estado de la carne, es un producto que encuentra mercado: “La comida de los pobres es la comida podrida (…) Claro que comen carne, gracias a Maduro…”.
Y algunos consumidores expresaron que entienden el riesgo, pero, finalmente, es su realidad: “Me dio miedo que se enfermaran porque están pequeños; pero sólo le cayó mal al pequeñito, que le dio diarrea y vómito…”, reveló a AP otro de los entrevistados, quien compró carne pasada para llevarla a casa.
Ésta es una práctica cada vez más común. Carne mala para tener algo en la mesa.
Si la electricidad es un servicio vuelto un lujo en aquel país, comer carne lo es todavía más. Hasta hace un mes, previo a la conversión monetaria, un kilo de carne costaba 9.5 millones de bolívares, unos 30 dólares, es decir, poco más de 550 pesos. La llegada del Bolívar Soberano sólo quitó ceros a las cifras, pero el valor de la moneda sigue igual.
Acaso sólo ya no son necesarios los fajos de dinero que se necesitaban para pagar este kilo de carne, pero la realidad económica de Venezuela es la misma: la nueva moneda se estrenó con una inflación del 100%, según índices publicados por Bloomberg. Así que si aquel kilo de carne costaba 30 dólares hace un mes, hoy ya cuesta 60. La hiperinflación de Venezuela va rumbo a nuevos y peligrosos niveles. Esto no va a mejorar.
Y ante las carencias, la huida. Miles de personas han salido del país. Existe hoy una crisis migratoria en la región. Países que antes no pedían visa, han comenzado a solicitarla. Colombia, Perú, Brasil y hasta Ecuador. Brookings Institute aseguró en julio que la salida de venezolanos podía ya compararse con la crisis de refugiados sirios en Europa. La muerte de Hugo Chávez dejó un saldo de cuatro millones de venezolanos que abandonaron su país. Hoy, la cifra va en 8.5 millones, según la organización Center for a Secure and Free Society.
Y estos venezolanos huyen y acaso encuentran refugio en poblaciones cuyas condiciones son tal vez igual de terribles, pero, al menos, respiran un aire de libertad. Y mientras eso sucede, Nicolás Maduro mira otra realidad. No hay datos que nos digan cómo es su vida dentro del Palacio de Miraflores, pero hoy sabemos que, de viaje, lo que menos pasa son carencias. Una cena en uno de los restaurantes más extravagantes de Turquía, cuyo dueño es ese chef famoso en redes sociales por llevar el plato a la mesa del cliente y hacer media payasada para servir.
En el Nusr-Et, un platillo vale, al menos, dos mil 500 pesos, una botella de vino cinco mil. “Una vez en la vida…”, dijo Maduro mientras le preparaban el plato. Mientras su pueblo baña en vinagre y limón un kilo de carne echado a perder, el presidente de Venezuela cenó como nunca aquellos, pero como, seguramente, muy seguido lo hará él. Una versión inhumana de aquella que cuenta la historia sobre María Antonieta… O peor todavía, porque aquella frase previa la Revolución Francesa es puesta en duda por algunos historiadores, pero a Maduro sí lo hemos visto todos. Información Excelsior.com