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No es el agua, es no querer cambiar

Por Ángel Verdugo

Las últimas semanas hemos visto crecer un conflicto, que hoy, como resultado de la apatía y soberbia de un gobierno federal que goza viéndose el ombligo y un ensimismamiento torpe y aldeano, ha llegado a una situación violenta, ya sin control y solución a la vista.

Por otra parte, al gobierno federal se le han unido un gobierno estatal y algunos presidentes municipales que, jugando con la corrección política y asuzando a quienes piensan que “son dueños del agua y las presas”, han contribuido más a complicar que a calmar los ánimos.

Unos, ingenuos e ilusos, juegan irresponsablemente con la idea absurda que son los propulsores de una nueva revolución, la cual, dicen algunos en el colmo de la ignorancia, “ya empezó en el norte”. A los absurdos de todos, se unió la participación errática de la Guardia Nacional.

¿Resultado? La tormenta perfecta donde, nadie se atrevió a presentar un análisis claro y objetivo del “conflicto”, menos ir al fondo del mismo. Todos, agricultores, políticos oportunistas y autoridades estatales y federales prefirieron centrarse en lo visible del conflicto (el agua) para, no sólo no entrar al fondo del problema, sino, también, ignorar las causas que lo originan.

El problema del agua y su disponibildiad no se presenta únicamente en Chihuahua, sino también en Sonora y Baja California (acueducto para llevar agua de la presa del Novillo a Hermosillo, y la cancelación de la planta de Constellation Brands, respectivamente); con diferente intensidad en cada caso y sin la violencia que ha brotado en Chihuahua, en los tres casos hay un denominador común el cual, más temprano que tarde, los gobiernos federal y estatales tendrían que enfrentar mediante decisiones impopulares y dolorosas, y urgentes y obligadas.

El problema central en esos conflictos es, no otro, sino la conducta típica de quienes se dedican a actividades primarias como la agricultura: La renuencia a cambiar, y adaptarse a nuevas realidades. Las actividades primarias son, en casi todos los países, las más protegidas, casi siempre por razones políticas, aun cuando en esos países haya una economía de mercado incorporada a la globalidad.

En el campo, la agricultura específicamente, es lo más conservador que hay en toda sociedad; mientras los otros sectores (secundario y terciario de la economía) son los primeros que se abren a la competencia del exterior e incorporan rápidamente a la globalidad para cambiar en el menor tiempo posible y así, aprovechar las condiciones creadas por el nuevo modelo económico.

El campo, por el contrario, al mantenerlo protegido y cerrado, conserva sus hábitos y realidad estructural sin permitir la transformación profunda de una realidad cuyo atraso, es más que evidente. Asimismo, hay un rechazo visceral, obsesivo, no únicamente a promover el cambio del caduco andamiaje jurídico sino también, a discutir siquiera la eventualidad de una puesta al día.

Mientras los otros dos sectores —el secundario (industria) y el terciario(servicios)— se abren y el Legislativo actualiza sus vetustas leyes que los soportan, el primario (el campo) permanece intocado. El cambio de mentalidad se da sólo en aquellos dos, no en el primario.

En México, el campo padece una legislación que data de hace 103 años; quienes ahí se desenvuelven —al no enfrentar la competencia de nuevos inversionistas que aportarían capital y tecnología—, mantienen una mentalidad la cual, en el mejor de los casos, está anclada en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado.

El modelo de negocios que les permitió disfrutar de protección y subsidios y apoyos diversos, creó una zona de confort de la cual nuestros agricultores se niegan a salir; se comportan como niños de pecho, más que como agentes económicos privados.

Glorifican lo viejo y sueñan con seguir viviendo de operaciones minúsculas; prefieren hacer lo mismo que han hecho durante decenios, antes que entender que el mundo ya cambió y su modelo de negocios agrícola ya no es viable. Ése es el fondo del problema el cual, ahora se manifiesta en la lucha por el agua que dicen, “es nuestra”.

La renuencia a cambiar los desaparecerá, más temprano que tarde. Hoy, aderezan sus exigencias con cursilerías propias de los años sesenta del siglo pasado cuando estamos a punto de entrar al tercer decenio del siglo XXI. Lo del agua, es la pantalla con la que encubren su mentalidad atrasada. El despertar será duro.Información Excelsior.com.mx

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