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No le busque, el daño ya está hecho

Por Ángel Verdugo

Escribo esta colaboración, antes de conocer los resultados y demás cifras relevantes de la elección celebrada ayer en Cataluña. Hoy, cuando usted la lea, tanto cifras como consecuencias serán conocidas por los interesados, no únicamente en España y Europa sino por quienes en otros países están interesados en combatir el populismo, así como exhibir lo dañino de las políticas populistas.

El populismo de izquierda propalado, tanto por sedicentes izquierdistas como por viejos derechistas devenidos en izquierdistas de mentiritas, han logrado ya lo que muy posiblemente jamás imaginaron: echar por la borda varios decenios de desarrollo y crecimiento.

Un elemento que olvidamos cuando se trata del populismo y las políticas públicas que sus promotores promueven, son las consecuencias que ambos tienen. Se evita al máximo, incluso cuando se les cuestiona directa y claramente acerca de ellas, dar una explicación convincente de las consecuencias. Lo que buscan los populistas de uno u otro signo —bien lo sabemos—, es llegar al gobierno y desde ahí, buscar a la brevedad llevar a cabo las modificaciones legales para perpetuarse en el poder.

Lo hemos visto en América Latina, una y otra vez; larga es la lista en años recientes para no irnos a los años cincuenta o sesenta del siglo pasado y aún más atrás. ¿Quién ignora las tropelías y manipulaciones falsamente legales de Daniel Ortega y su esposa, en Nicaragua? ¿Y las de Evo Morales en Bolivia, los Kirchner en Argentina, Correa en Ecuador y Chávez y Maduro en Venezuela? ¿Y qué decir de la pareja de destructores que son los hermanos Castro?

Unos populistas tienen éxito en concretar sus ambiciones de perpetuarse en el poder y, como consecuencia de su populismo y las políticas que ponen en práctica, arruinar a sus países. Otros, los menos, topan con pared y muy a fuerza deben dejar el poder para buscar, desde afuera, la posibilidad de su regreso, como sería el caso de Correa en Ecuador.

¿Acaso lo visto en Cataluña estos últimos años, es semejante a lo que no pocos países han experimentado en América Latina estos últimos dos o tres decenios? En el fondo no en la forma, es lo mismo: un grupúsculo de oportunistas busca, a toda costa, satisfacer sus ansias de poder y utilizan para ello diversas propuestas —todas llamativas— para, primero, engatusar al mayor número de incautos y con ellos de soporte, lanzarse a la conquista del gobierno.

En unos países es la entrada al paraíso terrenal sin pagar boleto y en otros, ideas trasnochadas como la independencia de Cataluña. Por encima pues de las diferencias de las herramientas utilizadas, el denominador común es éste: soluciones sencillas y rápidas de concretar, para problemas estructurales complejos. El daño que causan con esto es, por decir lo menos, costosísimo para el país, su economía y la población toda.

En ciertos casos, el resultado podría ser adverso a los populistas; sin embargo, el daño —por desgracia— estaría hecho como hoy en Cataluña. Muchos años habrán de pasar para que se recupere la confianza de los inversionistas, y decidan invertir de nuevo ahí. Muy alto será el costo para aquellos que, con sus sueños e ilusiones de obtener todo gratis, contribuyeron a hundir esa otrora próspera región. La fiesta terminó; a recoger el tiradero, y empezar a pagar la factura.

Ahora bien, dada la experiencia acumulada en decenas de países, ¿por qué aquí no entendemos eso tan sencillo? ¿Por ignorantes, o por ser ya un país de sinvergüenzas?

Información Excelsior.com.mx

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