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No renuncies, Andrés

Por Víctor Beltri

Los muertos se acumulan, las inversiones se desploman, el tejido social se descompone. México atraviesa tiempos inciertos, en los que parece que —más allá del bien común— lo único que importa es la voluntad de una sola persona. Una persona que llegó a la Presidencia prometiendo a sus seguidores lo que querían escuchar, aunque fuera imposible. Así, a los desposeídos les prometió riquezas; a los desempleados, trabajo; a las víctimas, justicia. A los artistas, recursos; a los científicos, apoyos; a los periodistas, transparencia. A los progresistas, democracia participativa. Y a todos les ha fallado. México vive el comienzo de una crisis humanitaria, inmerso en un falso dilema planteado —mañana a mañana— por una persona que confunde sus propios intereses con los de la nación entera. Una persona cegada por la hubris, cuya desmesura —exacerbada por los reflectores— no le permite advertir sus propios errores: quienes no están contra él, tampoco están en su contra. La sociedad civil no quiere el regreso de quienes estuvieron antes: quienes salieron a manifestarse el sábado —a bordo de sus automóviles, para evitar un contagio— no buscan la reimplantación de un régimen corrupto, sino los resultados de quien prometió un México mejor. Un México que, hoy en día, no existe.

Vivimos en un falso dilema. Están conmigo o están contra mí, se repite desde el púlpito todos los días. Y no, no es cierto. Quienes disentimos no queremos la vuelta del PRI ni del PAN, sino un gobierno que sea capaz de construir el México del futuro, y no tan sólo a un héroe de monografía. Un falso dilema en el que la economía debe reactivarse a como dé lugar, sin importar las consecuencias; un falso dilema en el que la salud de la gente puede sacrificarse con tal de que nuestro líder de cuarta —transformación— consiga sus objetivos.

México regresa a una nueva normalidad, que no comienza el día de hoy, sino que empezó el primero de diciembre de 2018. Una nueva normalidad que implica el sometimiento absoluto de la sociedad entera a los planes de una sola persona, quien exige sacrificios infinitos con tal de lograr sus propios objetivos. México no necesita un tren absurdo, sino medicamentos para los niños enfermos de cáncer; México no necesita una nueva refinería, sino apoyos para las empresas que dan de comer a la gente. México no necesita un aeropuerto frente a un cerro, sino certidumbre para quienes podrían utilizarlo para desplazar sus mercancías al exterior. México no necesita un mesías que realice rituales paganos a la silla presidencial, sino un gobernante capaz de ocuparla con los pantalones bien puestos. México no necesita de un Presidente que pone en peligro a la población, sino de uno que la proteja de cualquier amenaza. La pandemia no ha sido domada, los muertos se siguen acumulando, los inversionistas buscan lugares más seguros. México no necesita de alguien que divida a la ciudadanía, sino de uno que sea capaz de alinearla en contra de un enemigo común. El Presidente —sin embargo— no hace sino acentuar las diferencias, y determina el final de las medidas de seguridad cuando estamos —apenas— llegando a una primera decena de miles de muertos, que podría multiplicarse en unas semanas. ¿Para qué salir de gira? Para cumplir con sus propios objetivos. Para tomarse la foto, para continuar con su narrativa. Para seguir en campaña: quien hoy recorre las entidades en mayor riesgo nunca dejó de ser candidato, y no ha aprendido a ser Presidente. México no está listo para abandonar las medidas de seguridad ante la pandemia y, si las estamos dejando en este momento, no es por el interés de la nación, sino por razones económicas y electorales. México no es un país pobre, y el gobierno sería capaz no sólo de proporcionar los apoyos necesarios a las empresas, sino los subsidios a la ciudadanía, si canceláramos los proyectos emblemáticos de una administración que no busca sino admirar sus propios resplandores. La sociedad necesita sobrevivir, y no un tren que no va a ninguna parte; la sociedad necesita inversiones, y no un aeropuerto frente a un cerro; la sociedad necesita medicamentos, y no una refinería construida en un pantano. La sociedad necesita un dirigente, y no un irresponsable que emprende una gira, contra toda adversidad, con tal de tomarse una foto que, en los libros de historia, habrá de definirlo.

La sociedad necesita un líder, y no un falso dilema más. No, no queremos que renuncie el Presidente. Queremos, simplemente, que haga su trabajo. Exigirlo —aunque sea a bordo de un automóvil— no es pretender un golpe de Estado. No queremos tu renuncia, Andrés Manuel. Queremos que actúes, finalmente, como Presidente de la República. Información Excelsior.com.mx

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