Por Ángel Verdugo
Uno de los recursos que usan algunas organizaciones para combatir ciertos vicios y conductas indebidas de sus integrantes, es la crítica y la autocrítica. Sin embargo, para que sean verdaderamente útiles una y la otra, deben estar acompañadas del convencimiento y plena disposición de los que critican y son criticados, así como de los que se autocritican.
Pocos son en los tiempos que corren, los que en verdad están convencidos de la utilidad de aquel recurso; los más, son los que de dientes para afuera intentan ponerlo en práctica. Sin embargo, por más esfuerzos que hagan éstos por convencer al resto de los integrantes de su sinceridad y plena disposición a aceptar la crítica, la verdad es otra.
Por otra parte, la utilización casi perversa y malsana de la crítica lleva, en algunos casos —seguramente sin proponérselo—, a que lo que funcione sea lo individual, o lo personal y privado me atrevería a decir, de ciertas personas. Es decir, que sin ser necesario ser criticada, la persona corrige el error cometido al sentirse avergonzado, no sólo por el error cometido sino por las consecuencias negativas que pudo haber generado, tanto para la organización como para la causa o proyecto en el cual se está involucrado.
Son pues los valores del que reconoce el error que cometió y corrige los que entran en juego, sin aspavientos y poses las cuales, las más de las veces como dije arriba, son sólo hipocresía y cinismo.
¿A qué vienen los párrafos anteriores? ¿Por qué planteo el papel que juega —en determinadas personas y situaciones—, lo que llamo la vergüenza por el error cometido? Simplemente, por lo que estamos viendo estos días; por la conducta exhibida por no pocos de nuestros políticos y también, ¿por qué pretender ocultarlo?, por lo que ha dejado ver un buen número de intelectuales buscadores del reflector y lugar en cualquier templete, y de un numeroso grupo de sedicentes analistas políticos.
Al ver lo que han hecho unos, y leído lo escrito por otros, así como escuchado los rollos políticamente correctos carentes del menor sustento jurídico de quienes, sin recato alguno se presentan como la última cerveza del estadio en materia periodística, no puedo menos que concluir que la vergüenza por el error cometidono es lo suyo.
Por otra parte, el grupo más numeroso que ha exhibido su desvergüenza y sin prudencia alguna, y sin el obligado respeto por su investidura —y por los que les dieron el voto para estar en el Congreso de la Unión—, son los políticos. Qué forma de dejar ver, urbi et orbi, la pequeñez de algunos, y la total incapacidad para analizar y entender el tema que hoy nos ha permitido verlos tal cual son, en su tinta.
¿No sentirán pena por la exhibición pública de sus marrullerías y falta total de ética? ¿No pensarán, por un momento siquiera, el daño que le causan a los suyos, al mostrarse mintiendo con todo cinismo y sin escrúpulo alguno? ¿Con qué cara —como se dice coloquialmente— llegarán a su casa y deberán ver a los suyos? ¿Qué les dirían a los que en la mesa familiar les reclamaren su conducta, indigna y chapucera?
¿Por qué no hay uno de ellos siquiera, al que la vergüenza por el error cometido al comportarse como un patán, lo llevare a reconocer que lo que decía o hacía, era incorrecto?
¿Acaso así son los políticos nuestros porque así son en el resto del mundo? De serlo, ¿eso justifica su conducta, que debería avergonzar a todo aquél que posea una mínima decencia?
¿Qué más veremos de ellos?
Información Excelsior.com.mx