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Noche de paz, noche de amor

Por Víctor Beltri

Para mi hijo Luis Enrique, a 16 años del milagro.

Llega la temporada decembrina y, con ella, la gran oportunidad para el reencuentro con la familia —y los amigos— para recordar los momentos felices que dejó el año que termina, revisar las decisiones que hemos tomado y, en un clima de armonía y tranquilidad, hacer votos porque las cosas sigan por el rumbo correcto. Eso, o discutir.

Vamos requetebién, afirman quienes han asumido la defensa del Presidente en funciones como si fuera un deber moral, el acto de fe de una religión que tiene sus propios dogmas, ante los cuales los argumentos racionales constituyen un acto de apostasía. Hay que darle chance, le dejaron un cochinero, apenas lleva un año, se repite hasta el cansancio mientras que la economía se desploma, la inseguridad alcanza niveles históricos y los corruptos adquieren patente de corso.

El crecimiento no importa, prosiguen, mientras soslayan las promesas de campaña del candidato que aseguraba que, a su llegada al poder, superaríamos ampliamente los resultados de quienes le precedieron. La inseguridad es culpa del Borolas; la corrupción le corresponde a Salinas, la falta de Estado de derecho es responsabilidad de Fox. Todo le toca a alguien más, a pesar de que llevamos un año de gobierno en el que no ha pasado nada más relevante que el hecho de que el Presidente se levanta muy temprano para cumplir con su liturgia cotidiana.

Una liturgia que tiene sus propios símbolos, y sus otros datos. Una liturgia anodina, en la que el titular del Ejecutivo responde —a botepronto— a cualquier cuestionamiento, mientras que sus huestes se aprestan a respaldar sus justificaciones, mismas que no habrían estado sujetas a discusión si hubieran venido de cualquier mandatario anterior. Los argumentos del ayer son, punto por punto, similares a los de hoy.

Bartlett no es corrupto, aducen ahora quienes hace décadas se han dolido de la caída del sistema que le robó la Presidencia a Cuauhtémoc Cárdenas. Sus propiedades no eran suyas, sino de otras personas cuyo estatus conyugal no puede ser determinado, continúan. Manuel Bartlett es un hombre honesto, defienden quienes han decidido confundir la fe con los valores de la democracia. Andrés Manuel tiene autoridad moral, continúan quienes están dispuestos a vencer a su propio raciocinio aunque sea de manera velada.

Un raciocinio que no admite pruebas, sino otros datos. Un raciocinio que no admite la evidencia, sino sus propios símbolos y sus propios números. Una liturgia que resulta anodina, en la que el titular del Ejecutivo responde —a botepronto y todos los días— a todos los cuestionamientos que se le hagan, mientras que sus huestes revisan furiosamente sus dichos y se aprestan a defender los cuestionamientos que se le hacen al Tlatoani: no hay lugar para dudas, si el iluminado así lo dijo, entonces así debería de ser. El iluminado se aproxima a la perfección, en tanto es auténtico —habla chistoso— y se hace diferente de quienes le precedieron; el iluminado no tiene que rendir resultados, en tanto sus antecesores fueron tan irrelevantes y corruptos como lo han demostrado con sus quejas ante lo que podría entenderse como rasgos claros de autoritarismo. El iluminado desayuna barbacoa con quienes aprueba, los mismos que —deberíamos reconocerlo so riesgo de traicionar a la patria— quedarán limpios tras el consomé que el Mesías Tropical subirá a las benditas redes sociales.

Un consomé calientito, rico, sin mucho más que celebrar. Un consomé que la gente necesita saborear tras un año perdido, cuyos festejos no tienen más sentido que el del oportunista o el del fanático. Felices fiestas, felices discusiones: nos seguiremos leyendo, inshallah, el seis de enero. Abusados con las maromas, por favor. Felices fiestas. Información Excelsior.com.mx

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