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¿Nos daremos cuenta algún día?

Por Ángel Verdugo

Sin duda alguna, llegará el día que nos daremos cuenta. Sin embargo, ¿no será demasiado tarde? ¿Qué tal si cuando nos diéremos cuenta sólo habría pedazos de país, únicamente las ruinas? La respuesta a estas preguntas y muchas otras de índole similar, es lo que dice el refrán, que “no hay mal que dure cien años, ni tarugo que los aguante”. El problema entonces, si me permitieren el refraseo, sería otro: ¿habría algo qué salvar todavía, y algunas enseñanzas útiles de la tragedia?

La historia es pródiga en tragedias que las sociedades que las padecieron, jamás vieron. Países que se veían a sí mismos como invencibles, desaparecieron y hoy, nadie los llora y menos extraña. Otros, que durante decenios se negaron a cambiar —con violencia incluso—, ante la evidencia irrefutable de la ruina que estaba frente a ellos como la peor de las condenas, en instantes decidieron que había llegado la hora de cambiar.

Un buen ejemplo es la hoy extinta Unión de Repúblicas Soviéticas y Socialistas (URSS); también, la República Popular China, Vietnam y México en 1987, son excelentes ejemplos. Mañana, Venezuela, Nicaragua y Cuba se unirán al club de los que debieron cambiar. Una pregunta que aún hoy flota en el ambiente en esos países que tuvieron que cambiar, es la relacionada con el ciudadano el cual, o no se daba cuenta de lo que frente a sus ojos sucedía o, por miedo o conveniencia callaba y se aprovechaba de la situación.

¿Cómo aguantó la hoy extinta URSS de 1917 a 1990? ¿Y la República Popular China de 1949 a 1980, y Vietnam de 1975 a 1985? Ante esas tragedias, ¿quién podría explicar que en Cuba, de 1959 a la fecha siga con esa muerte lenta que parece no tener fin? ¿Y Venezuela y Nicaragua?

Si bien cada uno de estos procesos tiene sus especificidades, hay un denominador común: el ciudadano que se conforma y adapta a esa muerte lenta. Esa persona, en los países mencionados intentó durante años, sin éxito por supuesto, convencerse de que pronto habría cambios, y el mejor futuro prometido sería realidad. Así están hoy no pocos cubanos, muchos venezolanos junto con buena parte de los nicaragüenses y millones de mexicanos. ¿Sería razonable incluir aquí, a millones de argentinos que todavía hoy suspiran por Perón y Evita? Dejemos por un momento a estos países, y centrémonos en México.

¿Quién en su sano juicio y dos dedos de frente, podría afirmar que aquí las cosas van bien? ¿Qué indicadores podrían tomar para soportar su posición? ¿Acaso sería aceptable como argumento, el desgastado recurso que señala que los anteriores eran peores? Ante la evidencia irrefutable que dan las cifras, ¿cómo entender que tantos recurran a pretendidos argumentos que ni siquiera califican como salidas falsas los cuales, rayan en lo pedestre?

¿Qué se ha operado en la mente de millones que en los tres gobiernos anteriores veían en cada gesto y decisión del presidente un cataclismo, una catástrofe de dimensiones gigantescas y hoy, no sólo no critican la tragedia evidente sino que aplauden a rabiar, y defienden ciega y acríticamente lo peor que hemos visto y padecido en decenios?

Verlos babear y escuchar sus loas carentes de todo sentido ante tantos desatinos y ocurrencias y el daño causado, me lleva a recordar las imágenes que mostraban a Stalin y a miles de soviéticos llorando a moco tendido por el solo placer de haberlo visto ¿Y las más recientes, cuando en la Revolución Cultural cientos de miles de guardias rojos, llorando también a moco tendido y con gritos desgarradores blandían el Libro Rojo y se daban por satisfechos con ver de muy lejos al presidente Mao en la tribuna en Tiananmén, en Pekín?

¿Y los aplausos a Fidel en sus intervenciones kilométricas en La Habana, y a Hugo Chávez en Caracas cantando (es un decir) canciones mexicanas? Y por no dejar, ¿cómo olvidar a los miles de “descamisados” vitorear lo peor en cuanto a manipulación y corrupción que ha dado Argentina, Evita Perón?

¿Por qué no revisamos la suerte de esos países, con sus ciudadanos aplaudidores de lo peor y mudos ante la tragedia? Una vez hecho esto, ¿sería factible esperar en México algo diferente con el actual Presidente y los suyos, y su desastrosa gobernación? ¿Qué nos diferenciaría de aquellos desastres e impediría, finalmente, obtener el mismo desenlace?

Al margen de las ilusiones de muchos respecto al desenlace que aquí nos espera, ¿por qué no empezar a pensar en él? Información Excelsior.com.mx

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