POr: Ángel Verdugo
¡Por supuesto, y mucho! Más que en cualquier otra época, desde el año 1945; hoy, interesarse en lo que suceda en las relaciones entre Estados Unidos y la República Popular China (RPCh), es una obligación y prioridad de los gobernantes de cualquier signo y país.
Estar atentos a la evolución de los asuntos chinos, tanto económicos como políticos, al margen de si tienen que ver con sus asuntos domésticos, o con aquéllos donde la RPCh es actor de primer orden, es tema ineludible.
La RPCh fue, desde los años sesenta del siglo pasado, un modelo para los grupos que estaban —ya fuera únicamente de dientes para afuera, o de manera sincera y congruente—, interesados en hacer la Revolución, como solía decirse por aquellos años.
Esa vía, la Guerra Popular Prolongada, visión china de la vía armada, se contraponía a la del El Foco Guerrillero la cual, por su subjetividad, lo único que produjo fueron divisiones y traiciones, y la muerte de miles de jóvenes honrados quienes, atraídos por esa visión casi idílica de la lucha armada, ofrendaron su vida en no pocos países de América Latina.
Por otra parte, no vaya usted a creer que la vía china está libre de excesos y atrocidades; todo lo contrario. Dos ejemplos le doy, no se requiere más: Sendero Luminoso y su desequilibrado líder, el Presidente Gonzalo, y el grupo de asesinos de Camboya, el Kmer Rouge.
Hoy, cuando la dictadura que soñó con serlo del proletariado, terminó siendo coto privado de un puñado de senectos aferrados al poder —mediante el control político férreo a través del partido único, el Partido Comunista de China—, los cuales se ven a sí mismos como nuevos emperadores.
Su dirigencia —siete viejos burócratas—, enriquecidos ofensivamente casi todos ellos y los suyos al amparo del poder político, han construido una economía de mercado a pasos acelerados. Con la fuerza que les da su población —casi 1,400 millones—, quieren rescatar las glorias pasadas, y concretar ilusiones hegemónicas de antaño.
Sus pretensiones de dominio y control geopolítico —en lo que llaman su zona de influencia y hegemonía—, superan con mucho la capacidad real de sus fuerzas armadas. Por otra parte, esas capacidades —casi ridículas hoy—, se han visto alentadas por la debacle de ese país encabezado por quien, a su vez, se ve hoy como el nuevo Zar, Vladimir Putin.
Debido pues, a esas condiciones geopolíticas y a elementos internos, la reunión entre ambos personajes: Trump y Xi Jinping, reviste una gran importancia.
¿Qué saldrá de ahí? ¿Acaso una alianza de facto para contener a Rusia? ¿Un acuerdo para controlar o derrocar al tiranuelo de aldea, nieto de Kim II-Sung, que mantiene en la Edad Media a Corea del Norte?
¿Permitirá Donald Trump, como parte de sus negociaciones con Xi Jinping, que sigan incrementándose las inversiones de la RPCh en América Latina, México incluido? ¿Pretenderán, como sucedió en Yalta al final de la II Guerra Mundial, repartirse el mundo en zonas de influencia? Y de hacerlo, ¿las respetarían?
Por todas ésas y muchas razones más, hay que estar atentos a lo que trasmitan los medios de la reunión entre los dos gobernantes, Donald Trump y Xi Jinping. Aquí, así fuere por dos o tres días, ¿dejaremos las frivolidades de campañas acedas, para prestar un poco de atención a lo que se publique de aquella reunión? Lo dudo.
Le dejo una pregunta para este fin de semana: ¿Le conviene a México ser aliado de la RPCh, y receptor de grandes inversiones de ese país?
Información Excelsior.com.mx