Por Ángel Verdugo
Por más limitado intelectualmente que fuere un gobernante, la realidad lo obliga a entender y aceptar, que la mayor parte de los problemas que su gobernación enfrenta y los del país que gobierna, están dentro, no fuera. De la misma manera, a fuerza de encontronazos con la realidad, debe aceptar que aquellos problemas externos, se manifiestan de una u otra forma y con diferente intensidad, en el ámbito interno.
En consecuencia, si el gobernante quisiere llevar a cabo una gobernación responsable, que incidiría de la mejor manera en el desarrollo, crecimiento y el bienestar de los gobernados, debería buscar las causas de los problemas en el ámbito interno porque, al final del día, ésas son las determinantes.
Buscar en el exterior lo que no se atreve a buscar en lo interno, es la mejor muestra de onanismo político la cual, si bien podría satisfacer el ego del gobernante y elevar su popularidad —siempre efímera por lo demás, y muy caro obtenerla—, al final del día tendría que reconocer que es en lo interno el espacio donde deberá actuar para corregir las causas de los problemas que andaba buscando fuera.
Esta visión de los problemas de un país (¿dónde se encuentran las causas fundamentales de los mismos?) afecta, no únicamente al gobernante y sus funcionarios, sino a buena parte de los integrantes de la clase política y también, a no pocos de quienes han hecho del análisis sistemático y permanente de la realidad, su actividad profesional.
América Latina padece, en casi todos los países que la conforman, ese mal; nos encanta esa visión facilona que quiere encontrar fuera del país lo que no se encuentra ahí; sin embargo, eso luce y a nada compromete. ¿Quién ignora las acusaciones clásicas del político tramposo, que descarga su furia demagógica en contra del neoliberalismo, cualquier cosa que esta expresión signifique?
¿Acaso ya olvidamos las acusaciones anteriores a ésa, que durante decenios sirvieron para apuntalar falsos prestigios? Con voz engolada e índice flamígero señalaban a los responsables del desastre interno: Son el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, los causantes de la tragedia que hoy enfrentamos; son sus recetas impuestas, las que nos han colocado en esta situación, y así por el estilo.
Sin embargo, ¿quién mencionaba y menciona aún hoy, las políticas públicas erróneas, el dispendio de los escasos recursos públicos y los subsidios mil sin control alguno y su resultante, la corrupción desmedida y destructora del patrimonio de millones? Nadie, o prácticamente nadie pues todos, en mayor o menor medida, se benefician del desorden y la corrupción.
Hoy, la llegada de Donald Trump al gobierno de Estados Unidos y sus modos de hacer política e ideas descabelladas —por llamarlas de alguna manera—, son el pretexto ideal para seguir desviando la atención de problemas estructurales cuyas soluciones, imposible negarlo, hemos evadido desde hace decenios en nuestros países.
¿Por qué nos negamos, conscientemente o no, a ver en el ámbito interno problemas y causas? ¿Acaso porque es más lucidor y políticamente correcto, echarle la culpa de todo a aquél, en vez de reconocer nuestra responsabilidad en la tragedia que somos? ¿Por qué entonces no prestar atención a lo que aquí es evidente? ¿Por miedo al descrédito político, traducido en derrotas electorales, o simple corrupción?
Cualquier parecido a lo que sucede en México es, no coincidencia sino reflejo fiel de nuestra realidad. Información Excelsior.com.mx