Por Pascal Beltrán del Rio
Aunque desde las primeras horas de ayer fue quedando más que claro el panorama de lo que se confirmó anoche, había que esperar los datos y los discursos para poder esbozar las reflexiones que ahora comparto, meditadas en medio de la alta dosis de adrenalina que supone una cobertura histórica como la que encontrará en estas páginas.
La primera reflexión tiene que ver con el reconocimiento de todos los factores inéditos que ocurrieron en la jornada de ayer, y que, por supuesto, no se agotan en esta entrega.
En esta columna ofrecimos muchos datos respecto del comportamiento de las cifras y de los actores políticos en comicios pasados. Lo de ayer escribe un nuevo capítulo que en más de un sentido contradice los peores augurios.
Lo primero es destacar la altísima participación ciudadana, visible desde las primeras horas de la mañana, que contrastó con el bajo número de denuncias y anomalías que suelen ser siempre la tónica en jornadas de alto impacto. Cabe aquí mi reconocimiento a los 1.4 millones de funcionarios de casilla que trabajaron desde temprano y demás ciudadanos que colaboraron en atajar desde el primer momento cualquier asomo, así fuera retórico, de que algún factor malintencionado descarrilara el proceso.
En segundo término, hay que reconocer la altura de los perdedores en la elección. El gesto democrático de aceptar desde los primeros minutos que las tendencias no les favorecían y el haber deseado suerte al ganador escribe un nuevo capítulo en medio de décadas de encono que no terminaba el día de la elección, sino que se prolongaba durante años y convertía en estéril cualquier intento de diálogo productivo.
No quiero decir con esto que se asoma un futuro libre de conflictos, porque aún está por verse cómo procesan internamente su derrota los partidos perdedores. Pero sería injusto regatear el valor civil de este gesto, que por supuesto les abre tanto a José Antonio Meade como a Ricardo Anaya la oportunidad de ser líderes de una oposición que ponga límites que no se conviertan necesariamente en bloques infranqueables.
Por lo pronto, la inesperada civilidad que siguió al cierre de las casillas generó frutos antes impensables, como fue la reacción de los mercados internacionales, en los cuales el peso recuperó valor e incluso el presidente estadunidense, Donald Trump, dedicó al vencedor un tuit amistoso, fuera de los estándares que suele dirigir al referirse a nuestro país.
En cuanto a los resultados, de entrada hay que empezar con destacar los récords del partido debutante en su primera elección presidencial, Movimiento Regeneración Nacional, Morena. Se lleva la joya de la corona y cinco gubernaturas, mientras que en otra está peleando fuerte.
Conforme se despeje la polvareda del proceso federal se sabrá cuántos congresos estatales y cuántos ayuntamientos, ciudades importantes y alcaldías de la Ciudad de México quedarán en sus alforjas. Cuando lo veamos, sabremos con qué peso nacional se establece esta emergente fuerza política, surgida prácticamente de la voluntad y perseverancia de un solo hombre, Andrés Manuel López Obrador.
De confirmarse los números dados a conocer en los conteos rápidos, López Obrador habría alcanzado los 30 millones de votos, diez veces más que los que obtuvo Morena en la elección intermedia de 2015, la primera en la que participó.
Por cierto, una evaluación justa incluye reconocer que la mayoría de encuestas serias registraron porcentajes que finalmente ratificó el conteo rápido y que con casi toda probabilidad aparecerán en el PREP para el momento en que esta columna esté circulando.
Extender este reconocimiento no implica dejar de evaluar este tipo de ejercicios demoscópicos a la luz de otras experiencias. Pero, por esta vez, nadie podrá hablar de votos ocultos ni de indecisos predispuestos a votar sin hablar.
Y, finalmente, aunque esto será tema para desarrollar con más profundidad después, son dignos de reconocimiento también la actuación del presidente Enrique Peña Nieto y el discurso conciliador y moderado de López Obrador en el momento de celebrar el triunfo. Pero, indiscutiblemente, ambos son signos de una nueva era.Información Excelsior.com.mx