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Cuando se habla de la consolidación de un régimen, se valora poco a la oposición. En los estudios sobre el México revolucionario, por poner un ejemplo, hay una obsesión por destacar las capacidades del gobierno para edificar un orden, mientras que las oposiciones son descritas como incapaces de organizarse y de analizar correctamente su tiempo —en el caso de las izquierdas— o como una fuerza moral y testimonial —en el caso del PAN. Así, se considera que su actividad política fue marginal en todo el proceso de consolidación.
Es verdad que la misma definición de “oposición” implica entorpecer o detener una actividad. Pero en política, esto no necesariamente significa parálisis o destrucción, sino que también puede ser una forma de transformar, siendo ésta la diferencia entre la “reacción” y la oposición. Manuel Gómez Morín, como ha explicado Soledad Loaeza, tuvo un papel fundamental en la modernización de México. Lo mismo que las izquierdas, que desde principios de los cuarenta luchaban por el voto de las mujeres y la representación proporcional. Su papel lejos de ser secundario o limitarse a la obstrucción, era el negociar y empujar los márgenes del orden revolucionario, de tal manera que éste incorporara de alguna forma sus demandas.
López Obrador fue el mejor opositor de la historia reciente, gracias a que tenía la capacidad de influir en la transformación del régimen sin ser gobierno. Ejemplos hay varios, como el cambio de modelo de comunicación en la reforma electoral de 2007 o la reforma energética de 2008. Y es precisamente por su extraordinaria capacidad para ser oposición, que con su triunfo electoral dejó un vacío que no se ha podido llenar: nadie ha reclamado con éxito el liderazgo opositor y todo lo que esto implica.
El potencial transformador de las fuerzas opositoras es menospreciado, ya que a la mayoría de los políticos les interesa más lo electoral, los negocios y las cuotas, que la capacidad de influir política, ideológica y programáticamente en el orden. Sin embargo, su existencia es indispensable para construir un régimen en el que no se institucionalice la arbitrariedad. Para ello no es suficiente con estorbar, hay que construir alternativas políticas, morales e intelectuales.
Una oposición sin vocación transformadora, está condenada a la intrascendencia, y con ello condena a todos los demás. Para enfrentar las ocurrencias de los gobiernos de la transición, afortunadamente teníamos a López Obrador. Pero para enfrentar las ocurrencias del gobierno de López Obrador, no hay nadie. Y por estamos como estamos: a la deriva. Información Radio Fórmula