Por: Mario Luis Fuentes
Los señores de la guerra enseñan sus armas, mientras que las poblaciones de los países ya en conflicto tiemblan ante la posibilidad del recrudecimiento de la violencia y la presencia de la muerte. En el otro lado, la posibilidad real de un nuevo conflicto bélico obliga a repensar el presente y futuro de las relaciones internacionales, así como los impactos directos e indirectos que una nueva guerra podría traer para todo el orbe.
En México, por ejemplo, la súbita subida de los precios del petróleo, por arriba de los 50 dólares por barril, debería generar una rápida reflexión y punto de acuerdo en el Congreso, a fin de que los posibles recursos excedentes sean utilizados con un profundo sentido social, que permita cubrir los efectos del recorte fiscal en salud, educación y alimentación.
Pareciera que, frente a un probable nuevo desorden internacional, varias naciones se están preparando para lo que viene; pero en México esos temas se perciben ajenos, no se siente a una clase política a la altura de las circunstancias, y nuestro papel en el contexto internacional se ve reducido a criticar la posible construcción del muro fronterizo.
Las agendas globales, sintetizadas en los objetivos del desarrollo sostenible, pudieran verse amenazadas si el belicismo se impone; y por lo que México debería asumir un renovado liderazgo, no sólo a través de un destacado papel en el interior de las Naciones Unidas, sino, sobre todo, transformando las condiciones estructurales que en el interior impiden avanzar decididamente hacia su logro.
Lo inaceptable, en todo caso, es una posición de resignada inmovilidad; es decir, no puede aceptarse un nuevo sexenio perdido en lo social ni tampoco un nuevo caso de proyectos pospuestos en la generación de nuevas condiciones para la igualdad y el desarrollo incluyente.
Debemos asumir una posición firme en contra del terrorismo, pero también en contra de la solución armada de las problemáticas internacionales que, en la mayoría de los casos, está determinada por los grandes intereses corporativos globales.
Nuestro país debe plantear ante las Naciones Unidas la urgencia de intervenir, con la misma determinación que se está haciendo en Siria, en los países africanos que enfrentan el drama de la hambruna; debería proponer, además, la urgencia de un pacto global para la protección de las personas migrantes en situación irregular y un renovado compromiso para enfrentar el cambio climático, a cuya amenaza, real y efectiva, hoy se le suma la amenaza de la ignorancia y el dogmatismo convenenciero asumido por la administración Trump.
Desde esta perspectiva, es pertinente recordar que si hay una guerra que debe ganarse, ésta es la “guerra de las ideas”. Estamos ante el reto de derrotar al dogmatismo economicista; colocar al pacifismo sobre la permanente amenaza de la guerra; posicionar a los derechos humanos como el rasero mínimo de bienestar para toda la humanidad y avanzar en la derrota material de la pobreza y la desigualdad.
Estamos parafraseando a Lucien Febvre, ante verdaderos “combates por la historia”, los cuales deben enfrentarse desde las más sólidas posiciones éticas. Sin duda, habrá de pasar todavía un tiempo para conseguir la construcción de una cultura de paz, prosperidad, educación y bienestar para todos.
Sin duda, en esos combates habrá batallas a las que, justamente porque habremos de perder, debemos acudir sin demora: las batallas por la justicia, por la dignidad, por la paz.
Ni el gas sarín ni los misiles y los bombarderos son la solución de fondo a nuestros mayores dilemas humanos. La fraternidad, la compasión y la comprensión sí lo son y tenemos la responsabilidad de su defensa a toda costa.
Twitter: @MarioLFuentes1
Información Excelsior.com.mx