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Otro balazo en la oreja

Por: Víctor Beltri

El muro siempre fue algo absurdo. Desde el momento en que fue anunciado, cuando era evidente que, para su concepción, la viabilidad no había sido un requisito previo: el fantoche que hoy habita —para su propia sorpresa— en la Casa Blanca, jamás ha hecho una promesa que haya estado dispuesto a cumplir.

Y mucho menos, además, que haya sabido cómo hacerlo. En realidad no le interesa: con hacerse del reflector principal es suficiente para su ego. Así pudo insistir durante años con el bulo del acta de nacimiento de Obama, o con la solución mágica que prometió para el sistema de salud antes de admitir que, en realidad, se trataba de un problema mucho más complejo del que se había imaginado en un principio. Lo mismo pasó con un muro que, cuando llegó al poder, no tenía una noción muy clara de cómo podría ser financiado (“Trump no tiene ni puta idea”; Excélsior, 30-01-2017: http://bitly.com/2k9hZUg), pero que, entonces, ya había cumplido con el propósito de crearle un posicionamiento que lo llevara a la Presidencia. Donald Trump no está interesado en la verdad, sino en el número de menciones: la gente que lo apoya, a final de cuentas, no tiene la capacidad de entender mucho más allá de 140 caracteres de consignas violentas y diatribas insensatas.

El muro siempre ha sido algo absurdo. Si lo era desde allá, desde aquí lo es mucho más. Todos sabemos —todos sabemos—, todos sabemos, que es imposible —imposible—, imposible que Donald Trump nos obligue a pagar por sus ocurrencias. Es una cuestión de ley, y lo sabemos —lo deberíamos de saber— todos los que tenemos el privilegio de la opinión pública: en términos llanos el Estado, simple y sencillamente, no puede actuar más allá de las facultades que la ley le confiere, y quienes ejercen las funciones del poder no pueden actuar en su propio beneficio. Ningún presidente podría hacerlo, de hecho: más allá de los colores partidarios, la investidura va con el cargo, que no con el dedito. Enrique Peña Nieto no podría dar la orden de pagar por el muro de Trump, como tampoco podría haberlo hecho Calderón, Fox, Zedillo o cualquiera de sus predecesores.

Como ya no lo es para Trump, que ha dejado de mencionarlo a reserva de una pregunta a la que responde con la única palabra que le era posible para salvar un poco de cara ante sus errores.

Donald Trump comenzó su gestión con una postura beligerante, en específico hacia nuestra patria, que ha cambiado de manera diametral desde su investidura. Trump empezó hablando de violadores, de narcotraficantes, de asesinos a los que había que poner un muro para proteger a su país: hoy, menos de un año después, se encuentra con nuestras autoridades y no refiere sino responde sobre lo que antes era su prioridad. El tono ha cambiado, la actitud se mesura, la amenaza se diluye. Donald Trump deslizó un “absolutely” cuando podría haber hecho otro berrinche, Donald Trump podría haber creado el esperpento para complacer a sus audiencias, Donald Trump podría haber hecho el mayor escándalo —y la mayor crisis— para servir a sus propios intereses. Pero no lo hizo.

Es un tema que va mucho más allá de la configuración partidista e incide en el modelo de gobierno mismo: ya no se trata, tan sólo, de juzgar a un presidente con el que no se está de acuerdo, sino de entender cómo podríamos estar comprometiendo los intereses de una nación entera por el disenso con su mandatario. Los escenarios alternos podrían haber sido inconmensurables: desde la imposición de medidas draconianas hasta el colapso de nuestras instituciones ante acusaciones infundadas. En vez de eso, tuvimos una palabra —absolutely— sobre la que hemos seguido bordando. La reunión del G20 fue otro balazo en la oreja: cualquier escenario distinto hubiera sido desastroso. A lo que sigue, que falta menos de un año. Información Excelsior.com.mx

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