Por Pascal Beltrán del Rio
Conforme se acerca la fecha de las elecciones, el discurso de los tres candidatos apoyados por coaliciones, así como el de muchos de sus simpatizantes, se torna cada vez más agresivo.
El sentimiento de rechazo que comienza a acumularse en cada uno de los bandos enfrentados pinta un panorama de polarización que preocupa.
Una sexta parte de los actuales votantes no tiene edad para acordarse, pero México ya vivió en 2006 una situación semejante.
Aunque el momento actual es mucho más grave –por razones que expondré a continuación–, lo que vino después significó tiempo y oportunidades perdidas para los mexicanos. Baste recordar que el Presidente y el jefe de gobierno capitalino tardaron varios años en presentarse juntos en público.
Lo que vivimos hoy es más grave porque, a diferencia de hace 12 años, la división que está provocando el proceso electoral es presentada por voces interesadas como una lucha de clases o como un enfrentamiento entre regiones del país que tienen distintas visiones del desarrollo económico.
Otra razón es que en 2006 no había redes sociales mediante las cuales puede circular rápidamente la desinformación sobre la campaña rival o pueden acallarse las voces que piden a los candidatos claridad y viabilidad respecto de lo que prometen.
Asimismo, las instituciones del país han sufrido un severo deterioro, a causa de la impunidad, que ha dado lugar a la violencia y la corrupción.
Uno tiene que preguntarse cuál de ellas tiene actualmente la fuerza moral y el reconocimiento de las partes para mediar en caso de que la tensión electoral explotara después del 1 de julio.
Por desgracia, la posibilidad de que el bando perdedor no reconozca la legitimidad del resultado es muy alta. En el mejor de los casos, vendrá una larga e intensa etapa de litigios electorales para cuestionar la validez de los votos que obtuvo el otro.
Este ambiente no es gratuito. Se ha ido construyendo con el discurso de odio que escuchamos en las diferentes campañas. Los candidatos se han dedicado a exacerbar los ánimos, dibujando escenarios apocalípticos que se materializarían en caso de no ganar ellos.
Sus señalamientos no son, como creen algunos equivocadamente, un simple contraste de posiciones como el que se da en cualquier campaña. El Instituto Nacional Electoral, en voz de su consejero presidente, ha dejado esto perfectamente claro, haciendo sonar la voz de alarma para que los aspirantes se conduzcan en los márgenes de la civilidad.
No debemos olvidar la experiencia internacional sobre qué tan lejos puede llegar un conflicto de estas características. En Colombia, el periodo conocido como La Violencia, derivado del enfrentamiento entre liberales y conservadores en las elecciones de 1946, duró una década y causó más de 200 mil muertos.
En unos casos el odio entre bandos ha llevado a la desintegración de países, como Yugoslavia, o a la dictadura, como España. Y en otros, el enfrentamiento entre clases sociales ha conducido a la catástrofe económica, como Zimbabue.
Es necesario recordar a los candidatos que si empujan al país por ese barranco, en un intento de hacerse ellos del poder, el camino de regreso será sumamente complicado si no imposible.
El 2 de julio, México no va a ser muy distinto de lo que es hoy, gane quien gane. Será el mismo país diverso, con los mismos problemas por enfrentar y las mismas oportunidades por aprovechar.
Gane quien gane la Presidencia, necesitará de la participación de todos para gobernar. Si incurre en la irresponsabilidad de seguir dividiendo, poniendo a unos sectores de la población contra otros, sólo estará abriendo la puerta al abismo.
Si quiere evitar eso, tendrá que conciliar. Y si quiere conciliar después del 1 de julio, tendrá que comenzar desde ahora a unir.
Por suerte, por cada mexicano que ha propalado el discurso de la desunión, siempre hay uno que le recuerda que el país no es suyo, sino de todos.
Ante el llamado del entonces regente Ramón Aguirre Velázquez de que los inconformes con el gobierno se fueran del país –ceremonia de los Niños Héroes, 13 de septiembre de 1985–, el veterano político opositor Juan José Hinojosa le respondió:
“Aquí me quedo porque México, su destino, su angustia, su esperanza, su dolor, su alegría, no han sido escrituradas en favor de un grupo o de un partido”.
Siguen siendo válidas sus palabras. El 1 de julio elegiremos al próximo Presidente, no al dueño del destino de los mexicanos. Ojalá lo recuerde quien obtenga la mayoría de los votos. Y si no, que no falte quien se lo diga. Información Excelsior.com.mx