Por: Enrique Aranda
Los partidos históricos de la izquierda y la derecha mexicanas han dado el primer paso: se dicen dispuestos a unirse en un frente para sacar al PRI de Los Pinos en 2018.
Hasta ahí todo ha sido parabienes y abrazos. Pero ahora viene la parte más complicada. ¿Unirse en torno de qué y, sobre todo, de quién?
No acababan el PAN y el PRD de anunciar su feliz enlace cuando ya se escuchaban voces, en uno y otro partido, que echaban agua fría sobre la celebración.
“Unidad, sí, pero nosotros ponemos al candidato”, dijeron, palabras más, palabras menos, algunos connotados panistas y perredistas.
Me cuesta trabajo entender un proyecto de unidad así, en el que los partidos participantes ni siquiera han podido ponerse de acuerdo puertas adentro para nominar a su propio candidato presidencial, y que no muestren un espíritu generoso para aceptar que el aspirante común podría ser miembro del otro partido.
Como la discusión de qué candidato postular puede llevarse meses e incluso terminar por no resolverse en los tiempos establecidos por la ley, propongo respetuosamente a panistas y perredistas una forma de superar el embrollo. Claro, siempre y cuando vaya en serio la idea de formar la alianza.
¿Por qué no nombran los dos partidos una comisión de notables, a la manera de la Junta de Gobierno de la UNAM?
Ésta podría redactar una propuesta de programa de gobierno común –porque no sólo se trata de quitar al PRI, ¿verdad?– y definir un método para seleccionar al candidato.
PAN y PRD podrían comenzar por poner cada uno de ellos tres nombres de ciudadanos sin militancia partidaria. Cada partido podría vetar uno solo de esos nombres, a fin de que, en su caso, fuese sustituido por otro.
Formada esa comisión de seis, ésta se encargaría de entrevistar a los interesados en ser candidatos de la alianza.
Éstos podrían ser militantes de alguno de los partidos o ciudadanos sin afiliación.
De entrada, los aspirantes tendrían que suscribir la plataforma y comprometerse a aceptar el veredicto de la comisión. Es decir, en caso de no ser postulados, renunciar a ser candidatos independientes o aceptar la nominación de otro partido.
Una vez entrevistados los aspirantes, la comisión elegiría un grupo de cinco finalistas, de los cuales las dirigencias de PAN y PRD tendrían derecho a vetar a uno cada uno como máximo.
Los finalistas sostendrían entonces tres debates en diferentes ciudades del país.
Un sistema de votación a través de las redes sociales daría a los candidatos dos de diez puntos en el proceso de selección. Los otros ocho puntos se definirían mediante una batería de tres encuestas.
La comisión de notables elaboraría el cómputo y anunciaría al ganador. La candidatura y el programa serían entonces procesados a través de los mecanismos estatutarios de los dos partidos.
A mí no me suena complicado diseñar y echar a andar un sistema así. Todavía hay tiempo para hacerlo. Y de esta manera se lograría que la mayor cantidad de militantes de uno y otro partido pudiesen participar y quedar tranquilos con el procedimiento y el resultado.
De otro modo, lo más probable es que panistas y perredistas verán pasar los días y terminarán no poniéndose de acuerdo en el programa ni, mucho menos en el nombre del candidato o provocarán que un buen número de miembros de uno y otro partido no apoyen al aspirante de la alianza.
Como periodista, no tengo preferencia en quién llegue a Los Pinos. Sin embargo, como se puede deducir de la reciente elección en el Estado de México, creo que la única posibilidad de alternancia se dará por la vía de un candidato postulado por un frente así. Información Excelsior.com.mx