Por Pascal Beltrán del Rio
En su artículo editorial del domingo, el doctor Luis Rubio, presidente del CIDAC, argumentó que sólo mediante la conjunción de sociedad y gobierno se puede tener éxito en la lucha contra la inseguridad y en la restauración de la paz.
Por lo que he observado en mis viajes por el país, el apunte de Rubio es totalmente correcto.
He visitado con alguna frecuencia el sur de Tamaulipas –para conducir desde allí la Primera Emisión de Imagen Radio– y la lección que me han dejado esas estancias es que cuando sociedad y gobierno trabajan de la mano, se puede revertir una situación de violencia criminal como la que padecía la zona conurbada de Tampico-Madero-Altamira.
Ayer, entrevistando a Santiago Roel, director de la organización Semáforo Delictivo, sobre los indicadores en materia de seguridad del primer trimestre del año, él me decía que será imposible alcanzar la paz de la manera en que se lo propone el gobierno federal.
—El lunes, el Presidente dijo que con la combinación de programas sociales, Guardia Nacional y lucha contra la corrupción se acabará la violencia en seis meses. ¿Te parece razonable?
—Le doy seis años, todo el sexenio, y sé que no lo va a lograr. El problema del Presidente es que lo quiere hacer todo él solo, y para una tarea como ésta se necesita el trabajo conjunto con la sociedad.
Pero parece que a Andrés Manuel López Obrador esa idea no le gusta nada. Todo lo que suene a sociedad civil organizada le produce desconfianza. Lo dijo en la campaña y lo repite como Presidente. Y no sólo ha sido discurso: en los hechos, ha buscado debilitar a las organizaciones de la sociedad civil mediante la cancelación de apoyo presupuestal.
El Presidente no sólo no quiere colaborar con ellas, sino que tampoco acepta sus críticas y recomendaciones.
Ayer, en la conferencia de prensa matutina –en la que, como siempre, habló de todo, hasta de la versión de que Juan Gabriel no ha muerto–, el Presidente revivió sus críticas a quienes exigen a las autoridades acción contra la inseguridad.
Hace 15 años, siendo jefe de Gobierno capitalino, llamó “pirrurris” a quienes salieron a manifestarse contra la inseguridad en la Ciudad de México.
Ayer, cuando un reportero preguntó si la exigencia de paz era algo exclusivo de conservadores, López Obrador no dudó en responder: “Básicamente”.
Está claro que la exigencia de alcanzar la paz fue una de las razones por las que el electorado lo catapultó a la Presidencia.
¿Qué dirán hoy sus seguidores de hueso colorado, que durante el gobierno de Felipe Calderón protestaban con letreros y hashtags de “No + sangre”?
Puede pensar que sí, pero López Obrador no tiene la varita mágica para alcanzar la paz. Apuesta a que con apoyos de dos mil pesos mensuales los jóvenes que se dedican al halconeo dejarán de hacerlo, y que la Guardia Nacional convencerá a los criminales de dejar las armas sin disparar un tiro.
Habría que recordar que en campaña afirmó que el país se pacificaría al día siguiente de su triunfo. Y no fue así.
Hoy, el Presidente sólo tiene dos opciones: o acepta el apoyo de las organizaciones de la sociedad civil, que están dispuestas a ello y cuentan con gran experiencia en la materia y las pone de su lado, con muchas posibilidades de resolver el problema, o las sigue marginando y descalificando, con lo cual, tarde o temprano, se convertirán en uno de los sectores más críticos de su administración. Información Excelsior.com.mx