Por Leo Zuckermann
Ayer me tardé cuarenta minutos en avanzar tres cuadras en la Ciudad de México. En lugar de enojarme, respiré profundamente y decidí analizar la situación a mi alrededor. Lo que me encontré, en una de las regiones más ricas del país, la delegación Miguel Hidalgo, es la falta de un gobierno que pusiera orden en la circulación vial. Ante esta situación, aparece el mexicano enojado que se comporta como el “liberal salvaje” que es (tomo prestado el concepto del extraordinario artículo de la revista Nexos de 2010 recientemente revisitado).
Con mis propios ojos observé “la condición natural del hombre” de la que hablaba Thomas Hobbes. Ante la ausencia de un Estado, sin autoridades que impongan el orden, a los humanos no nos queda de otra más que enfrentarnos todos contra todos en una guerra de supervivencia. Una vida “solitaria, pobre, asquerosa, bruta y corta”, como diría Hobbes. En este caso, automovilistas desesperados, haciendo caso omiso de cualquier regla de tránsito, aventando lámina para tratar de pasar. Todos, desde luego, mentándose la madre, atascados, sin poder avanzar.
¿Y la autoridad? Ni un policía presente. ¿Quién gobierna aquí?, me pregunté. Recordé, entonces, que la delegada, Xóchitl Gálvez, en contra de lo que había prometido de que no renunciaría a su puesto para buscar otro, sí dimitió para irse a buscar un escaño en el Senado. En su lugar, dejó a un segundón que nadie conoce y que no tiene ningún incentivo para gobernar la demarcación. Lo mismo con el jefe de Gobierno de la CDMX que elegimos, Miguel Ángel Mancera. Renunció para también irse al Senado dejando en su lugar a otro segundón que sólo está ahí para cuidarle las espaldas a su exjefe.
Esto pasa nada menos que en la capital de la República. Pero este caso que cuento es una nimiedad. La consecuencia es mínima: uno llega tarde y enojado a sus compromisos de trabajo. Yo, por lo menos, tengo el privilegio de ir en un coche privado. Supongo que el enojo y la frustración es mayor para los que van como sardinas enlatadas en transportes públicos.
El desgobierno en Miguel Hidalgo no es nada comparado con lo que vimos antier en Ciudad Guzmán, Jalisco. El video es aterrador. Una supuesta manifestación de ciudadanos que, cuando ve que llega un convoy de la Armada Marina, se les va encima insultándolos y atacándolos con piedras y palos. Vandalizan las camionetas de los soldados quienes, milagrosamente, deciden no defenderse con las armas largas que traían. Los cavernícolas grafitean los vehículos. Oh sorpresa, en uno de ellos aparece la leyenda CJNG en referencia al Cártel Jalisco Nueva Generación. ¿Será que los “manifestantes” son parte del crimen organizado?
Los soldados salen corriendo disparando al aire. La última escena que vemos es una tercia de marinos retirándose del lugar. Uno de ellos va golpeado. De atrás, varios “ciudadanos” lo patean en el trasero propinándole toda clase de insultos. Soldados abatidos, derrotados, injuriados. ¿Quién gobierna en Ciudad Guzmán? ¿Dónde está la policía municipal o estatal? ¿Existen? Es el retrato perfecto del desgobierno. Violencia en contra de las Fuerzas Armadas de un Estado al parecer derrotado por la delincuencia organizada. Eso es lo que vemos en un video que circula por todos los medios.
Mientras tanto, nuestra clase política está compitiendo por el poder. Hacen mítines, se reúnen con empresarios, reparten despensas, arengan a estudiantes, aparecen en spots de radio y televisión, etcétera, etcétera. Están obsesionados con llegar al poder. Pero, paradójicamente, nadie está ejerciendo el poder en este país. Todos quieren gobernar y, al mismo tiempo, hay un desgobierno por toda la República. Desde el centro mismo de la capital con su caos vial, hasta los pueblos en donde la última resistencia del Estado, sus Fuerzas Armadas, salen agachadas, avergonzadas, a plena luz del día por un piquete seguramente organizado por el crimen organizado.
Así los políticos mexicanos en junio de 2018: pelean por el poder, pero nadie lo ejerce.
Twitter: @leozuckermann
Información Excelsior.com.mx