Por: Pascal Beltrán del Rio
El 6 de mayo de 1920, el presidente Venustiano Carranza dio la orden a sus colaboradores para abandonar la Ciudad de México y dirigirse a Veracruz, donde instalaría su gobierno ante el asedio de las fuerzas obregonistas que buscaban derrocarlo.
Excélsior emprendió entonces una de sus coberturas más notables de aquellos años, los primeros de su existencia como periódico.
La huida de Carranza se dio por ferrocarril. Elegir ese modo de transporte fue probablemente producto de su soberbia y por haber desestimado el riesgo que corría ante los alzados del Plan de Agua Prieta.
Al día siguiente de la partida del tren presidencial, los rebeldes sonorenses recurrieron a una de las más viejas tácticas de la guerra: la desinformación.
Difundieron la especie de que Carranza había sido capturado, en un aparente intento de desmovilizar y desmoralizar a las fuerzas leales al gobierno.
Muchos se tragaron la especie, pero no Excélsior. El sábado 8 de mayo, en una de sus ediciones extra del día, el diario publicó a ocho columnas: “No fue capturado el señor Carranza”.
En el sumario de la nota, explicaba: “La noticia de la prisión del Ejecutivo fue transmitida por la oficina radiotelegráfica de esta ciudad a las oficinas de Orizaba y Veracruz para amedrentar a las fuerzas carrancistas”.
Y agregaba, para mayor precisión: “Se sabe que los trenes pasaron por la estación de Apizaco”.
Al calce de la primera plana –una perla descubierta en nuestros archivos por mi compañero Arturo Páramo–, los editores escribieron el siguiente aviso: “Llamamos la atención del público sobre la ecuanimidad de Excélsior, que se abstiene de dar noticias sin confirmación”.
Un poco más de tres años antes, en su primer número, este diario había sentado las bases de su línea editorial al contrastar distintas versiones sobre otro hecho que tenía que ver con sublevados.
En Rusia, el zar Nicolás II había sido derrocado. En los medios internacionales se especulaba sobre la suerte del zarévich Alejo, hijo del monarca.
Existían versiones contradictorias de la prensa sueca y británica sobre lo que había ocurrido con el heredero de la corona. La primera decía que Alejo había sido capturado junto con su familia; la segunda, que se desconocía su paradero.
Además, por las calles de Petrogrado corría, de boca en boca, una historia: el niño, de 12 años de edad, estaba muerto.
Excélsior se abstuvo de dar por buena alguna de esas versiones. Pese a la distancia, y de sólo contar con servicios cablegráficos para hacer el relato de los vientos de cambio que soplaban sobre la Rusia imperial, este periódico optó por no desinformar a sus lectores y por decirles, llanamente, que no había cómo dar por bueno alguno de esos posibles desenlaces de la abdicación del zar.
Ese primer número de Excélsior aderezó su información con el contexto histórico, los datos fragmentados que recogían con dificultad sus colegas europeos, el palpitar de la calle y la prospectiva. Es decir, el mayor número posible de elementos a fin de que los lectores pudiesen formarse un juicio y anticiparse a lo que podría ocurrir en ese país.
No es un simple ejercicio de nostalgia leer aquella primera portada –de la que mañana se cumplirá un siglo– y las que dieron cuenta de la huida de Venustiano Carranza de la capital.
Al hacerlo se ratifica que nuestro diario asumió desde su nacimiento los valores que dan solidez a esta profesión: una búsqueda responsable de la información, una valoración periodística consciente de los hechos de interés público.
Pero esos valores no son un mero legado de nuestros ancestros, sino materia viviente.
Los hechos de hoy son de comunicaciones aceleradas, prácticamente instantáneas; pero ni la más sofisticada tecnología ha logrado sustituir la capacidad del ser humano de construir una mirada atenta y reflexiva sobre su quehacer.
Y aunque las herramientas del presente nos brindan la posibilidad de atestiguar acontecimientos lejanos, prácticamente en tiempo real, hoy son más vigentes que nunca las virtudes periodísticas de aquel Excélsior de sus primeros años.
Las necesidades informativas siguen siendo las mismas de hace un siglo. Y el método para satisfacerlas es igualmente válido hoy en día.
(Adaptación de mi intervención ayer en la clausura del coloquio Cien años de cultura y letras en Excélsior (1917-2017), celebrado en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM.)