POr Pascal Beltrán del Rio
Durante décadas, a los políticos mexicanos que recitaban el credo del nacionalismo revolucionario –es decir, los priistas, pero también muchos surgidos en el seno de la izquierda partidaria– les daba por posar de comecuras, aunque los domingos fueran a misa y celebraran la Navidad con su familia.
Ese jacobinismo, creían, les daba credibilidad y hasta estatus, pues la facción triunfante de la Revolución había abrazado el liberalismo de Juárez y lo había llevado más lejos, al anticlericalismo.
La mayoría de los intelectuales constitucionalistas de 1917 eran jacobinos. Lo era también Obregón, quien creía que la Iglesia combatía a Carranza, y, ya como Presidente, decretaría la expulsión de sacerdotes extranjeros y hasta del delegado apostólico Ernesto Filippi. Poco después, en 1926, estallaría la Guerra Cristera.
El anticlericalismo no se acabó con el destierro de Calles. Lo mantuvieron vivo, en los años del cardenismo, políticos como Tomás Garrido Canabal, Heriberto Jara y Francisco J. Múgica.
Durante la presidencia de Adolfo Ruiz Cortines, el jacobinismo alcanzó su mayor nivel de la etapa civilista. Luego comenzó a decaer, pero todavía tuvo poderosos exponentes, como Jesús Reyes Heroles y Carlos A. Madrazo.
Con la visita del presidente Luis Echeverría al Vaticano, en 1974, llegó la era del descongelamiento de relaciones entre el Estado y la Iglesia. Cinco años después, vino la primera visita de un Papa a México. En 1992, con la reforma al artículo 130 de la Constitución, el reconocimiento de las iglesias. Y en 2000, por primera vez en casi un siglo, se pudo ver a un Presidente de la República comulgando.
La religión tardó un buen tiempo en recuperar su lugar como actor visible en la arena política, pero lo logró. En cambio, el presidencialismo mexicano moderno vivió un viraje: de la negación de Dios a la cautela en la relación con lo ultramundano a la aceptación pública de la fe.
Hoy, la evidencia sugiere que estamos en el final de esa ruta: el uso político de la religión.
“Algo está pasando”, me dijo ayer en Imagen Radio el especialista Bernardo Barranco. “Estamos viendo una irrupción de lo religioso en lo electoral”.
Barranco puso como pruebas los recientes arranques de guadalupanismo de varios políticos, como el líder nacional del PRI, Enrique Ochoa, y el líder de Morena, transformado en aspirante presidencial por tercera ocasión, Andrés Manuel López Obrador. Michoacano uno y tabasqueño el otro, quizá han hecho removerse en sus tumbas a Múgica y Garrido, sus respectivos paisanos.
La “fiebre religiosa” que ha aparecido en la actual arena electoral, describió Barranco, ha alcanzado también a José Antonio Meade, quien recientemente habló en el Estado de México de la vela que se enciende el Domingo de Adviento y pidió a las mujeres priistas encomendarse a Dios.
Simultáneamente surgió la polémica por el apoyo que el Partido Encuentro Social (PES) –al que Barranco no duda de calificar de partido religioso– decidió dar a la candidatura de López Obrador, sumándose a la coalición que lo postula.
Dicha acción fue repudiada por algunos simpatizantes seculares del tabasqueño, quienes tacharon al PES de partido intolerante y de ultraderecha, calificativos que López Obrador se ha esmerado en rechazar.
En la entrevista, Barranco recordó que el PES –en cuyo ideario hay expresiones de repudio a la izquierda, el populismo y el mesianismo político– fue una de las organizaciones que tomaron la calle, en septiembre de 2016, para manifestarse en contra de la despenalización del aborto y el reconocimiento de los matrimonios igualitarios.
En esa ocasión, añadió el especialista, marcharon los cristianos de la vertiente neopentecostal que pueblan las filas del PES junto a fieles católicos adheridos a Provida.
—¿Qué piensas de la religiosidad de López Obrador? –pregunté a Barranco–.
—Ha sido ambigua desde hace muchos años. Por un lado se declara católico y, como jefe de Gobierno, tuvo una relación muy cercana con el entonces arzobispo Norberto Rivera, pero también tiene simpatía por los cristianos evangélicos. Tal vez eso ha sido facilitado por su origen tabasqueño.
Por último, Barranco recordó que previo a los comicios locales de 2016, el presidente Enrique Peña Nieto ofreció apoyar el reconocimiento de los matrimonios homosexuales a nivel nacional.
“Luego de eso vino la debacle electoral para el PRI (que esa vez perdió siete de doce gubernaturas), hecho que se asoció con aquella declaración del Presidente. Con lo que estamos viendo ahora, parece que la clase política ha decidido que más vale estar del lado de la religión”. Información Excelsior.com.mx