Por Pascal Beltrán del Rio
En campaña, los candidatos presidenciales han ofrecido acabar con la violencia criminal que agobia al país, pero algunos de sus simpatizantes han recurrido a las agresiones físicas para intimidar a sus rivales. Es imposible no ver la peligrosa contradicción que esto entraña.
Los condenables hechos del sábado en Puerto Escondido, Oaxaca, donde presuntos miembros de la CNTE apedrearon un mitin del candidato José Antonio Meade, se suman a los actos de coerción que miembros del PRD han ejercido contra Morena en la delegación Coyoacán de la capital del país.
Peor aún, una treintena de militantes políticos, muchos de ellos aspirantes a cargos de elección popular, ha sido asesinada en distintas partes del país en semanas recientes.
Frente a estos actos de violencia ha faltado un pronunciamiento contundente de los candidatos presidenciales y dirigentes partidistas. Ellos debieran rechazar la violencia política, venga de donde venga. Y sería deseable que lo hicieran a una sola voz para mandar un mensaje inequívoco de que los hechos de sangre encontrarán un dique en las campañas, porque la política es el terreno donde se resuelven pacíficamente las diferencias que existen en toda sociedad sobre los asuntos de interés público.
Muchas veces hemos escuchado justo lo contrario: discursos de confrontación que incitan a odiar a los adversarios y los responsabilizan de todos los males que padece el país.
En un entorno de violencia, que desgraciadamente se comienza a ver como normal, sólo era cuestión de tiempo para que la confrontación física se hiciera presente en las campañas electorales.
No se puede incitar al odio sin consecuencias. Lo hemos visto incluso en procesos electorales de naciones que son consideradas como civilizadas.
La política, insisto, debiera ser ese espacio donde los puntos de vista diversos se debaten y surge una síntesis que contribuye al avance social.
Sin embargo, nuestra política es una extensión de la podredumbre del tejido social a la que nos ha conducido el desprecio del marco legal, es decir, de las reglas que nos hemos dado para regir pacíficamente la convivencia social.
La política mexicana emula cada vez más la tensión que se vive en las calles, donde la ley del más fuerte y el más marrullero suplantan al marco legal.
¿No debiéremos esperar que los políticos, sobre todo aquéllos que aspiran a encabezar a la nación, pongan ejemplo de civilidad? Si no pueden condenar claramente la violencia en campaña, ¿cómo piensan acabar con la violencia que enfrentan cotidianamente los mexicanos?
Me parece deplorable lo ocurrido la semana pasada, donde los equipos de campaña de las coaliciones Juntos Haremos Historia y Por México al Frente se encontraron en un restaurante de Tepic y no pudieron siquiera saludarse.
Algunos dicen que en la política nada es personal, pero, aunque lo fuera, quien se dedica a ella debiera tener la piel suficientemente gruesa para no negarse a un poco de cordialidad.
¿O cómo esperan que los simpatizantes no recurran a la fuerza física contra los adversarios en una lucha que sólo tendría que ser de ideas?
Si no pueden siquiera hablarse, ¿cómo van a llegar a acuerdos, como, por ejemplo, los que se requieren urgentemente para diseñar políticas públicas para reducir la violencia criminal en las calles?
En México, la buena política brilla por su ausencia y es más necesaria que nunca.
Lamentablemente, la política que tenemos ha comenzado a imitar lo que se vive en las calles: el desprecio por los derechos del otro y la convicción de que sólo se gana algo arrebatándolo. A veces parece que no se aprendió la terrible lección que dejó 1994.
BUSCAPIÉS
Una de las razones para evitar el desbordamiento de la violencia la tenemos frente a nuestras narices: la industria turística. Esta actividad es una fuente de ingresos cada vez más grande para el país, al punto de que en 2017 representó 8.7% del PIB y desde 2015 crece más rápido que el conjunto de la economía.
Desde ayer, México como destino turístico está en el escaparate internacional, con motivo de la 43a edición del Tianguis Turístico, que este año se celebra en Mazatlán, Sinaloa, con la presencia de casi medio millar de empresas de 54 países.
El país no puede darse el lujo de poner en riesgo su imagen ante el mundo y, con ello, ingresos por 21 mil millones de dólares (2017) por divisas turísticas. En ese rubro, la industria sin chimeneas ya supera a sectores como la minería y la construcción y es fuente de trabajo de millones de mexicanos. Información Excelsior.com.mx