Por Ángel Verdugo
Uno de los recursos que era norma en los partidos políticos comunistas (y marxistas-leninistas para incluir a los de la Línea China), era la Crítica y Autocrítica. Con ella, se decía, cualquier diferencia ideológica podía discutirse con respeto y zanjarla; también, con ella podían los camaradas señalar los errores de los demás, y de los dirigentes de su organización. No cabe duda; la ingenuidad en aquellas épocas alcanzó alturas insospechadas.
Los criticados, se afirmaba con una convicción casi de fundamentalistas islámicos, deberían aceptar la crítica y autocriticarse porque, de esta manera se fortalecía la unidad y el partido mismo: éste, no había la menor duda, era el arma suprema para luchar en contra del Estado burgués y destruirlo para, una vez obtenida la victoria, dirigir a las masas populares a la construcción del socialismo.
Por favor, no se rían de lo escrito en los párrafos anteriores porque, aun cuando se resistan a aceptarlo, esa era la realidad en esas organizaciones, allá por los gloriosos y formativos años 60 del siglo pasado. La verdad, debe decirse también, era muy pero muy diferente; las sesiones de crítica y autocrítica —en no pocas ocasiones—, terminaban en reclamos por qué este camarada le había quitado la novia o la pareja a aquel otro y también, ¿por qué no habría ser?, las discusiones terminaban con la pistola desenfundada, amenazándose todos contra todos.
Mención aparte merecen las discusiones por el botín que eran, con mucho, más profundas y violentas que las que se daban por cuestiones meramente ideológicas. ¡Qué años aquellos! Años de ilusiones por cambiar al mundo, y construir el socialismo. Por fortuna, como suelo decir, ¡qué bueno que fracasamos!
Los años posteriores a esas ilusiones juveniles de hacer la revolución, dieron paso a cambios profundos que hoy, salvo por la imposible incorporación a la lucha política abierta y legal de unos cuantos, la vía armada yace arrumbada en el cuarto de los tiliches.
Sin embargo, hay algo que quedó de aquellos años de ilusiones y sueños de opio mediante los cuales, pensábamos ingenuos, repetiríamos el viejo mito inflado del foco guerrillero cubano o, algunos pocos, llevaríamos a cabo lo su opuesto: la Guerra Popular Prolongada (Vía China de la Revolución).
Ese remanente, contrario a la idea que se tenía de él por aquellos años de glorias revolucionarias —inventadas o soñadas—, hoy no genera simpatía alguna; por el contrario, es pánico y rechazo automático lo que genera al mencionarlo. Es lo que produce en los tiempos que corren, tanto entre los políticos como en sus organizaciones.
Me refiero a lo que era alabado hace poco más de 50 años: El arma de la crítica y la autocrítica. ¿Por qué le tememos? ¿Acaso porque exhibiría nuestras limitaciones intelectuales, o pondría al descubierto nuestra cobardía? Sean cuales fueren las razones, la crítica a nadie gusta; ni criticamos y menos aceptamos que nos critiquen; de la misma manera, ¿autocriticarnos por el error cometido, y quedar ante los otros como un soberano pendejo? ¡Jamás!
¿Por qué los políticos mexicanos le huyen a los debates? Por eso mismo, para no ser exhibidos en sus limitaciones intelectuales y mostrar una incapacidad que el hoy candidato había ocultado durante años. Otro elemento por el cual la crítica genera tanto rechazo, es porque las más de las veces, está bien justificada.
Y usted, ¿le gusta criticar, y que lo critiquen? Información Excelsior.com.mx