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¿Por qué le es tan difícil rectificar?

Por Ángel Verdugo

Durante los años del dorado autoritarismo y partido “casi único”, nuestros gobernantes eran perfectos; nadie cometía error alguno por lo cual, era impensable que alguno de ellos rectificara. Es más, esta acción era incomprensible y prácticamente nadie la exigía; ¿qué, para qué y por qué si todos eran perfectos y lo que hacían rozaba, cuando no alcanzaba la perfección?

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Ése era el mundo cerrado en el que vivíamos; el exterior no importaba porque, México era único y solo se bastaba para vencer cualquier reto y superar todo obstáculo, por imponente que fuera y luciera.

Sin embargo, todo eso era demasiado bello para durar eternamente; para fines del año 1987, la realidad nos tomó por sorpresa y esa perfección cayó hecha pedazos. Años de cooptación política y adoctrinamiento ideológico en la baratija del nacionalismo revolucionario fueron exhibidos y a fines del año 1987, la fragilidad de aquel modelo cerrado cobró la factura.

A partir de ahí, las cosas empezaron a cambiar; el gobernante y sus funcionarios “empezaron a cometer errores” y también, algo impensable hacía poco tiempo, a ser despedidos por incapaces y no estar a la altura del reto que significaba gobernar, ya en las nuevas condiciones de apertura económica e incorporación a la globalidad.

La obligación entonces de rectificar, de aceptar la inviabilidad e irrealidad de ciertas políticas públicas y empezar a designar a funcionarios con conocimientos del área a encabezar y dirigir, poco a poco se fue aceptando como regla obligatoria entre quienes requerían, para gobernar con la mayor eficiencia, integrar su equipo cercano.

Vale la pena aclarar que esto no siempre fue aceptado, menos de buena gana por algunos; encontró resistencias de intensidad diversa las cuales, en ocasiones se impusieron sobre la racionalidad en materia de buscar y designar el recurso humano más calificado para tal o cual posición.

Al mismo tiempo que se daba dicho rechazo, en algunas áreas la nueva forma de seleccionar a los funcionarios fue aceptada, y las decisiones con base en el mérito fue regla casi inviolable; al paso del tiempo, en ciertas áreas de la administración pública, seleccionar a los mejores para cada posición rindió frutos los cuales se encuentran a la vista.

Sin embargo, tanta belleza no podía durar y no duró. Las normas se relajaron y todo empezó a complicarse; se desanduvo lo andado y llegaron los peores, soberbios y vengativos debido a sus envidias y complejos ante los más capaces, a destruir prácticamente todo.

El ciudadano, durante esos años, en vez de aprender a seleccionar la mejor opción —por razones aún no aclaradas completamente, sólo intuídas—, eligió al peor y éste, en vez de reconocer sus limitaciones —e ignorancia casi infinita en los temas centrales de la gobernación—, se rodeó de los peores que encontró.

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Hoy, las consecuencias ahí están. La soberbia y la renuencia a la mínima disposición para rectificar es la guía del actual gobierno. Por lo demás, tanto el incapaz como el ignorante no son responsables de serlo, pero el ciudadano sí lo es por haberles dado su voto.

¿Cuándo podría terminar esta pesadilla?

Información Excelsior.com.mx

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