Por Ángel Verdugo
Las campañas electorales son, no sólo aquí sino en muchos países, un espectáculo que raya en lo grotesco; en otros, es interesante y quizás en no pocos, lamentable.
Por otra parte, la credibilidad y el prestigio de los partidos políticos y la de ese grupo amorfo que en México llamamos Clase Política, van en picada.
Las calificaciones que unos y otros obtienen —prácticamente en cada encuesta que se levanta al respecto—, han generado un efecto perverso en muchos sentidos. Hoy, no son pocos los que, sin medir las consecuencias de la tontería que expresan, afirman que los partidos para nada sirven y en consecuencia, deberían desaparecer.
Es tal la euforia irracional en contra de los partidos, que uno de los aspirantes a candidato independiente a la Presidencia de la República, Rodríguez, afirmó que hay que sacarlos del país. Lo que jamás aclaró es a qué país los enviaría y, nada dijo acerca de la disposición de ese país para recibirlos. ¿Imagina usted qué gobernante aceptaría recibir en su país, por ejemplo, a Morena, PES y PT?
Sin embargo, por encima de las tonterías que no pocos se atreven a lanzar en contra de los partidos, ellos ahí siguen y seguirán por muchos años más. Vayamos ahora a las campañas.
Suelen decir algunos —desde hace muchos años—, particularmente de países como México y no pocos de América Latina para no mencionar decenas de países en África, que tratándose de la democracia, las campañas son un mal necesario. Si bien en no pocos casos son inútiles, sea porque el gobernante ha decidido por los ciudadanos (¿le suena conocido a lo que sucedió en México durante decenios?) o porque un candidato superaba, con mucho y de manera clara a los adversarios, las elecciones —en donde la democracia está vigente—, deben llevarse a cabo y yo agregaría, ¡qué bueno!
Sin embargo, se dan casos donde, la baja calidad de las campañas no es responsabilidad de los partidos ni del andamiaje jurídico que sustenta lo electoral, y tampoco del gobernante que se comporta como cacique pueblerino. En esos casos, ¿qué decir cuando los responsables de la baja calidad de las campañas son los mismos candidatos?
Para no ir a las campañas de Maduro en Venezuela o las de Ortega y su esposa —la poetisa Murillo— en Nicaragua, concentrémonos en la que hoy llevan a cabo los tres (pre)candidatos: Anaya, López y Meade.
Dejo de lado las que desarrollarán los aspirantes que cumplan, debidamente, los requisitos legales y pasen de aspirantes a candidatos independientes, por una razón sencilla y fácil de entender: no tienen la mínima posibilidad de ganar; además, su papel real será otro. Vayamos pues a los primeros.
Entiendo el argumento que dan muchos para justificar, más que explicar el torrente de desatinos (locura, despropósito o error), ocurrencias, mentiras más que evidentes, ofensas y burlas el cual, no acepto en modo alguno como válido.
Tanto Anaya como López y Meade pretenden ocupar la Presidencia de México, derecho que les concede la Constitución que nos rige; a lo que no tienen derecho, indubitablemente, es a entregarnos, cada uno, una porquería de campaña.
Los recursos públicos deben ser utilizados óptimamente; deben darle a los contribuyentes y a la sociedad toda, el mejor retorno posible. A la fecha, lamento decirlo, pero debo hacerlo, hemos pagado mucho y lo recibido, como dirían los homeópatas, ni con chochos está a la altura.
Ya lo saben; o se aplican y mejoran, o se olvidan de nuestro voto. Están avisados. Información Excelsior.com.mx