POr Ángel Verdugo
Es común escuchar —cuando se reúnen asesores de políticos—, que el mejor asesor es el que trae malas noticias, el que sabe decir que no a su poderoso jefe.
Las buenas noticias llegan solas, o sobran los apuntados que se acercan al poderoso para ser el primero en comunicárselas; también, sobran quienes a todo le dicen que sí a aquél —sea su jefe o no—, pero escasean quienes, en una discusión o el análisis de un tema delicado o problema importante, se atreven a decirle no al poderoso que está equivocado.
También, lugar común entre los que su vida profesional está dedicada a asesorar políticos —gobernantes, funcionarios o legisladores—, es decir que un político es, lo que su equipo cercano es. Dicho de otra manera, si se pretende elaborar un juicio acerca de un político, es cuestión de revisar la calidad del equipo cercano.
Viene a cuento lo escrito en los párrafos anteriores, por lo que vemos y padecemos hoy en relación con el nuevo gobierno y quien lo encabezará. Asimismo, más específicamente, por quiénes son su equipo más cercano y las muestras —abundantes— de sus muy limitadas capacidades en prácticamente todos aspectos: faltos de experiencia, pésima preparación académica e ignorancia de lo que son y cómo operan las estructuras del sector público y, por si faltare algo, carecen de la más elemental dignidad personal. En pocas palabras, si por la víspera sacáremos el día, estaría mi nana para mi tata como reza la expresión popular.
El aspecto más preocupante de lo visto a la fecha no es otro que la nula capacidad para decir que no al poderoso, el cual se aferra a ideas caducas y equívocas las cuales, debemos decirlo una y otra vez, se traducen en desatinos y ocurrencias sin lógica alguna, tanto técnica como financiera.
Hoy, prácticamente en todos los países que aúnan la economía abierta con un régimen democrático, el gobernante —y el que pronto lo será—, buscan conjuntar un equipo integrado por lo mejor en cuanto a experiencia, sólida formación teórica y amplios y profundos conocimientos del área que a cada uno le tocaría encabezar.
Además, aun cuando esté de más decirlo, deben ser conocedores de la realidad creada en el mundo por la globalidad y las economías de mercado y sobre todo, deben estar plenamente convencidos que esa vía, la del mercado y la incorporación a la globalidad y la democracia, es el mejor de los caminos para modernizar un país y su economía, y así elevar la calidad de vida de los habitantes de ese país.
En los tiempos que corren, son pocos los países donde esos requisitos no son respetados por el gobernante en funciones, y tampoco por el que pronto lo será. A cambio de eso, ¿qué se tiene? Algo de lo más perverso y negativo: La afinidad política e ideológica como requisito supremo, aun cuando en no pocos casos sea mero oportunismo y se privilegie la complicidad.
Los ejemplos de esto último abundan en los tiempos actuales en América Latina; Bolivia, Cuba, Nicaragua y Venezuela, serían los mejores ejemplos de ello. Ante lo que estamos viendo y padeciendo con el que encabezará aquí el próximo gobierno y su equipo cercano, ¿qué esperaríamos para nuestro país, en materia de gobernación?
Sería hoy un ejercicio inútil, tratar de dibujar el México que resultaría al ser gobernado por aquéllos; esperemos, para no caer en alguno de los casos citados, que los indignos se atrevan a decirle al poderoso, cuando menos, que lo que propone es una insensatez.
¿Lo harán? Lo dudo, ¿y usted?
Información Excelsior.com.mx