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Prohibir

Por: Yuriria Sierra

“Algunos niños de entre 12 y 13 años fueron testigos del combate que sus familiares (papás y mamás) protagonizaron en España. El partido entre el Alaró y el Collerense de Mallorca no llegó a completarse por la pelea. Mientras que varias mujeres intentaban terminar con el pleito al grito de “es una vergüenza”, los hombres saltaban al campo para descargar su ira…”, reporta el diario El Debate. Así, los padres de estos pequeños se abalanzaron unos sobre otros, porque durante el juego uno de los jugadores hizo un mal movimiento que derivó en una patada sobre otro jugador. Así, mientras en la cancha lo resolvieron todo con una amonestación y un abrazo, en las gradas los padres peleaban. Ninguno de los adultos involucrados estaba en estado de ebriedad. Y es que en España o México, la afición que acude a los partidos va cargada de adrenalina. Como las razones sicológicas del fanatismo futbolero no serán materia de este texto, lo dejaremos en la pasión del deporte. Sí, hay quien aprovecha para tomarse unas cervezas, incluso, pero el calor que en la afición se vive por los encuentros deportivos no va de la mano con el alcohol. Lo mismo grita un miembro de la porra con cervezas encima, que un padre de familia que ve el partido de su hijo.

Me parece torpe, que en la Asamblea Legislativa de la CDMX, la diputada Jany Robles, del PRI, haya presentado una iniciativa que haría que esté prohibida la venta de alcohol en los estadios. Pretende también que se instalen alcoholímetros en la entrada de cada uno de estos lugares, para impedir el paso a cualquier persona en estado de ebriedad. Su justificación son los episodios de violencia que se han vivido en las gradas de algunos estadios. Lo mismo en la CDMX que en Guadalajara. Para el PRI, dice, es primordial la seguridad. Como si prohibir fuera la única fuerza civilizatoria. Las prohibiciones nunca han sido la respuesta para mejorar conductas que dependen de la formación ética de las personas. ¿Cuál es el siguiente paso? ¿Prohibir que la afición asista vistiendo de determinada manera? ¿No es responsabilidad de los estadios contar con estrategias de seguridad que impidan actos como estos? ¿No es responsabilidad del aficionado su propia conducta?

Seguimos estando ahí, en ese punto que responde a la misma lógica de esas otras desafortunadas iniciativas, en ejecución: Trump se empeña en su intento por crecer la ilusión que les vendió a sus electores, la de creer que prohibiendo el paso a ciudadanos árabes estarán más seguros. Y aunque el veto se ha topado con los tribunales, Trump no ha soltado su idea de la prohibición como estrategia política. Hace un par de días ordenó que se prohíba la portación de dispositivos electrónicos, en los aviones: deberán viajar en las maletas documentadas. Y si eso es ya de por sí absurdo, ayer nos enteramos que a una jovencita estudiante de programación le llegó una carta por parte de los abogados de Trump, para pedirle que retirara un juego que la joven había puesto en línea; una página en la que un gato arañaba la cara del Presidente de EU que se habrá sentido súper ofendido y en peligro, tanto que optó por esta intimidación contra una adolescente. Estamos en el equivocado entendido de aquellos que creen que la interdicción es la única forma en la que las sociedades funcionan. Justo ése es el principio medular del totalitarismo. Porque es la más contraintuitiva de las estrategias: prohibir es una invitación al desafío (en el mejor de los casos), o a la guerra (en el peor).

ADDENDUM. Ayer comentábamos sobre los actos vergonzantes cometidos por mexicanos en el extranjero. Rodrigo Rafael Ortega, aludido aquí por el episodio en el Mundial de Francia en 1998, nos hizo llegar una corrección a este espacio. Envió una nota a la representación diplomática de México en París, desmintió desde entonces las versiones de la prensa que le atribuían haber extinguido la “llama eterna”, misma que habría sido accidentalmente apagada por el líquido de un vaso que portaba otra persona.

Fuente:_ Excelsior.com.mx

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