Por Hugo Garciamarín
Cuando se habla de la opinión pública, se entiende que se trata de una o varias ideas generalizadas que comparte la mayoría de la población. Pocas veces se cae en cuenta que con ello implícitamente se afirma que existe un solo conjunto de personas que piensan de manera muy similar, aunque claramente en la realidad no es así. Se trata más bien de una construcción discursiva en dónde un público se concibe como universal y todos los demás se mantienen minoritarios y pasivos.
Una de las características del cambio de época que se vive en el mundo y en nuestro país, es que cada vez hay menos públicos universales y han proliferado una variedad de públicos mucho más particulares, cerrados y activos. La típica afirmación politológica del centro político, se sustentaba en la idea de que la mayoría de las personas eran proclives a modificar sus convicciones dependiendo del clima de opinión y que sólo un sector minoritario de la población se aferraba a una ideología o una visión del mundo. Sin embargo, en la actualidad el centro político se ha vuelto estrecho y a su alrededor han surgido nociones políticas mucho más firmes y poco proclives a modificar sus preferencias.
Esto ha generado un verdadero problema para las izquierdas y su papel en la conversación pública. En gran parte de Europa, Estados Unidos y América Latina, ha surgido un público de nueva derecha —anti derechos, antiigualitario— cada vez más grande, al que no puede frenar, con el que no puede conversar y a cuyos miembros no puede apelar. Ese público comparte con el suyo el malestar del neoliberalismo y su larga crisis, pero no el diagnóstico ni la forma de transformarlo. Ante esto, ha optado por minimizarlo o ridiculizarlo, pero sin lograr debilitarlo con ello.
En México, el público de la derecha también es consistente, aunque ciertamente mucho menor al de otras latitudes. Aquí hay dos grandes públicos. Por un lado, está el del presidente, que repite y aprueba lo que dice, con todo y sus contradicciones. En las encuestas una gran mayoría reprueba las áreas de su gobierno y no coincide con sus afirmaciones en la mañanera, pero lo respalda a él. Aunque en esencia el diálogo de las izquierdas con este público debería ser más factible, en los hechos se ha vuelto prácticamente imposible, pues sus márgenes sólo se abren si a cambio se ofrece sumisión.
Por otro lado, está el público de la oposición, que sólo se define por contradecir al presidente, y por esta razón es que en él se encuentran, desde las perspectivas más liberales, hasta las más antiigualitarias y anti derechos. Este público de ninguna forma logrará ser apelado por el presidente ni viceversa, lo que ha derivado en un impasse en la conversación: hay dos grandes repeticiones discursivas que no llevan a ninguna parte y sólo sirven para alimentar a sus propios públicos.
Así, nuestro cambio de época se caracteriza por públicos muy ruidosos pero sordos más allá de sus márgenes. Información Radio Fórmula