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Pues sí, se complican las cosas afuera, y aquí también

Por Ángel Verdugo

Desde hace meses, de tiempo en tiempo, he venido comentando en este espacio el proceso de degradación acelerado de la situación internacional; no soy el único que ha insistido en el tema pues varios especialistas –ellos sí lo son, no como yo–, han hecho lo mismo.

Sin embargo, prácticamente nadie ha tomado en cuenta lo comentado; casi todo el mundo ha preferido, tal y como hemos hecho desde tiempo inmemorial, concentrarse en lo electoral y en asuntos menores por decirlo de alguna manera, para dejar de lado la complejidad y gravedad de la situación internacional y sus efectos.

Hoy las cosas rebasan los temas archiconocidos pues se han agregado –en semanas recientes–, el problema de Estados Unidos con Irán, el agravamiento de la volatilidad e incertidumbre en Argentina, la agitación que prevalece en Nicaragua y el fortalecimiento del dólar de Estados Unidos.

A esto, por si faltare algo para complicar lo complicado, agregaría las decenas de asesinatos de candidatos a puestos de elección popular en varios estados, y la aceptación entre resignada y cínica de esas muestras de barbarie; también, un Estado que ha abdicado de su responsabilidad primera: Proveer a la población el bien público por excelencia, la seguridad en su persona y patrimonio.

No pocos justifican ese voltear la mirada para otro lado con el argumento de que poco, pero crecemos. Sin embargo, lo que nos negamos a aceptar es que el proceso de debilitamiento del Estado, sin advertirlo, nos podría llevar a que un día despertemos ante lo que sería, sin duda, una tragedia: El control de vastas zonas del país por parte de fuerzas irregulares –con una gran capacidad de fuego–, patrocinadas por la alianza de los grupos de la delincuencia organizada o desorganizada.

¿Habrá consciencia clara del riesgo que estamos corriendo como sociedad y, más aún, como país? De haberla, ¿por qué esa inmovilidad que raya, a estas alturas, en la complicidad? ¿En verdad piensan que de hacer algo efectivo, perderían prácticamente todo en este proceso electoral? ¿Acaso es posible que no se hayan dado cuenta que la derrota es hoy, cosa juzgada?

Las cosas se complican afuera y al complicarse también aquí, tenemos la tormenta perfecta. ¿No hay alguien que en los círculos más cercanos al Jefe de Estado le haga ver el peligro que corre el país, de permitir un agravamiento mayor de las cosas lo cual impactaría, de lleno, en el proceso electoral como un todo?

¿Acaso hay por ahí, todavía, ingenuos que piensen que a su coalición y candidato les convendría una situación así? ¿No se dan cuenta que, por simple razón de Estado, serían los primeros en sufrir las consecuencias?

Una de las cosas que aprende uno desde el mero principio en esto de la lucha política, es que el Estado no juega a ser, simplemente es. Esto se aprende de una de dos maneras, en la teoría o en la práctica; es una verdad axiomática que, ante una situación que se advierta de riesgo extremo, el Estado, en ese momento crítico actúa como tal, con toda la fuerza y recursos con los que cuenta.

Al llegar a ese punto no hay vacilación alguna, pues se impone, sin miramientos y reticencias, entendámoslo por favor, la Razón de Estado. De darse esto, digan lo que digan unos y otros, no hay ganadores, sólo perdedores.

En consecuencia, no deberíamos jugar –unos y otros–, con la estabilidad política y económica; es mucho lo que está en juego para que, por culpa de la loca ambición de éste o aquél, lo perdamos. Información Excelsior.com.mx

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