Por Ángel Verdugo
Una de las cosas que llaman la atención a políticos mexicanos, que poco o nada saben de las prácticas democráticas en otros países, es el elevado número de partidos políticos que participan en las elecciones, y lo fácil que es formar un partido político.
Esto último volvió a atraer la atención de aquéllos, que por más que viajan al exterior, únicamente pueden dar razón de restaurantes de lujo y tiendas de las mismas características. Hoy voltearon a ver un hecho que les pareció inadmisible: ¿Cómo es posible que permita, el partido en el gobierno, que el que quiere echarlos de ahí goce de tantas facilidades?
Aquí, la idea patrimonialista de quien llega al gobierno lo faculta también —piensan y actúan congruentemente con la visión patrimonialista, la cual tan bien conocemos en América Latina no sólo en México—, para desarrollar lo que consideran fundamental: hacer la vida imposible, a quienes quieren echarlos de los espacios políticos que ocupan.
Modifican leyes, incorporan nuevos requisitos y limitantes de todo tipo a los interesados en formar un partido para competir electoralmente; en este esfuerzo, el partido en el gobierno no está solo. De buena gana, los otros partidos que gozan del registro y los privilegios que vienen con él, lo apoyan sin cortapisa alguna en esas intenciones.
Ante la proliferación aquella, preguntemos: ¿Qué buscan allá, partidos y candidatos que saben, desde antes de la elección y sin encuestas de por medio, que su destino inexorable es la derrota? ¿Qué piensan sus candidatos, sabiendo que ninguno de ellos alcanzará una posición en el Congreso o el Parlamento? ¿Acaso van al matadero político, cual cristianos en el Coliseo Romano? ¿Ése es el papel de esos partidos y sus candidatos en cada elección? La verdad es otra.
Para empezar, en esos países la vida democrática data de siglos; hay una cultura cívica arraigada en el ciudadano; además, la lucha política es parte de su vida cotidiana. Se interesan en lo público, cuestionan a los candidatos y exigen a los victoriosos aun cuando no pertenezcan a su partido. En pocas palabras, en esas democracias hay de sobra, lo que aquí escasea: Ciudadanos; reales y verdaderos, no chafas como los nuestros.
Además, en esos países los partidos políticos juegan el papel que en la democracia se les asigna: representar los intereses de los diferentes grupos sociales. Aquí entre nosotros, prácticamente en toda América Latina, en cada partido cohabitan trabajadores y empresarios, quienes defienden el ambiente y quienes lo contaminan. Asimismo, mujeres que promueven el feminismo, y machos que las atropellan y tratan con la punta del pie.
Mientras allá los partidos datan de fines del siglo XIX, años durante los cuales han defendido las causas de sus militantes, nuestros partidos aquí son, en la casi totalidad de los casos, resultado de la cooptación y manipulación de los diferentes grupos sociales desde los aparatos del Estado. Cualquier semejanza con el origen del PRI y su estructura es, para decirlo claro, simple coincidencia.
Cárdenas (el de verdad, no el neo cacique que hoy quiere regresar para seguirla bateando) y Perón son los abuelos; la pléyade de imitadores como Echeverría y López Portillo en México y el López de los tiempos que corren, son los nietos.
¿Qué buscan allá entonces, tantos candidatos? Mantener viva una causa. ¿Y aquí? Que les tiren con alguna tibia o un peroné que roer, tres o seis años.
Gran diferencia, ¿verdad? Información Excelsior.com.mx