Por Ángel Verdugo
Hoy, no son pocos los países donde la gobernación en turno ha causado —y sigue haciéndolo—, una debacle económica y política pocas veces vista en ellos. Son de tal magnitud y peligro esos procesos de destrucción de riqueza y civilidad política que, no obstante la evidencia del desastre causado, no hay la mínima señal de rectificación y sobre todo, lo más preocupante, nadie en el círculo cercano y de más confianza del gobernante se atreve a expresar —con firmeza y claridad—, el peligro que esa forma de gobernar representa para el país y su economía y vida política y, en consecuencia, para sus habitantes.
Ese elemento presente hoy —el silencio cómplice y cobarde de los cercanos y el de los millones que sufren las consecuencias de una gobernación irresponsable—, a diferencia de crisis anteriores, agrava lo ya grave. Sorprende ver cómo millones de ciudadanos en esos países, no únicamente padecen callada y resignadamente los efectos de los desatinos y ocurrencias del incapaz gobernante sino contra toda lógica, idolatran ciega y acríticamente al responsable del desastre padecido.
¿A qué se debe ese embrutecimiento que abarca a todos por igual? Desde aquél que carece de toda educación formal y apenas sobrevive en la miseria y la marginación más ofensiva y dolorosa, hasta el más encumbrado y prestigiado “intelectual”, que no cesa de presumir sus grados académicos.
Ese último, en uno y otro país, se ufana sin el menor recato de haber trabajado para el triunfo del destructor; en el peor de los excesos de la estupidización colectiva, llega a presumir haber teorizado acerca del porqué es bueno el desastre causado por los desatinos y las ocurrencias que millones hoy padecen. Afirma, orgulloso, que el desastre de hoy, es preludio de la felicidad de mañana.
¿Quién encontraría una explicación racional de lo que enfrentan y padecen Hungría y Polonia, por ejemplo? ¿Qué decir de la tragedia en la que se han convertido —desde hace años—, Venezuela y Nicaragua? Si quisiéremos irnos más atrás en el tiempo, Cuba y Corea del Norte junto con Argentina serían también, sin duda, buenos ejemplos.
Sin embargo, contra toda lógica, esa gobernación dominada por lo peor (incapacidad, soberbia, populismo y autoritarismo junto con desatinos y ocurrencias al por mayor en vez de políticas y decisiones sensatas), ha aparecido también en países que uno aprendió a admirar por la responsabilidad —en la mayor parte de los casos—, de sus gobernantes.
¿Quién habría imaginado todavía hace poco, que en el Reino Unido y Estados Unidos veríamos lo que ya es “parte del paisaje”? ¿Qué decir de esos jóvenes guerrilleros chic en España —Sánchez e Iglesias—, que juegan a la Revolución Proletaria Mundial? ¿Y en Italia y algún otro país europeo?
¿Qué explica que esa “enfermedad”, propia de países atrasados —en lo político y lo económico—, haya migrado y encontrado suelo fértil para arraigarse y fortalecerse en las democracias consolidadas cuyas economías, además, han sido desde hace decenios el modelo a seguir para no pocos de aquellos países atrasados?
Ante lo que algunos calificarían de “irrealidad” —dado lo absurdo de los procesos que llevan al retroceso político y económico— en países y sociedades que uno veía, todavía hace poco, como bastiones sólidos de la democracia y la economía de mercado, me pregunto, ¿qué sucedió?
¿Qué llevó a millones a dejar la democracia y abrazar la intolerancia y el autoritarismo más nefasto, que millones en esos países juzgaban hace poco de inaceptable? ¿Quién(es) habría(n) sido responsable(s) de esa regresión autoritaria? Es más, ¿sería posible calificar a alguien o algo como responsable?
Por lo demás, ¿qué decir de los países cuya democracia y economía de mercado es joven e imperfecta, por exhibir estúpida y peligrosamente una disposición gustosa a abrazar candidatos cuya vena autoritaria es evidente? ¿Habría algo que fuere más allá de los pocos años de democracia y libertad económica? ¿Qué debería pasar en ellos para que sus ciudadanos hicieren suyas la democracia, la economía de mercado y la globalidad? ¿Una debacle que los empujare al fondo del precipicio?
¿Acaso es lo que requerimos en México para decidirnos a rechazar el autoritarismo y el populismo destructor, y la gobernación que los impulsa y aplica? ¿Tan cerrados y necios somos, que mientras no llegue aquélla seguiremos rumbo al precipicio?. Información Excelsior.com.mx