Por Ángel Verdugo
Una de las enseñanzas que podemos extraer de los países donde la democracia tiene menos limitaciones que en México —y de aquéllos donde los ciudadanos han desarrollado una verdadera cultura de participación política— es que los que ahí aspiran a ser candidatos para éste o aquel puesto de elección –directa o indirecta– lo dicen sin la menor reticencia; sobre todo, no obtienen la condena de partidos y menos aún de los ciudadanos.
Por el contrario, me atrevería a afirmar, los electores ven bien esos gestos tempranos porque, al estar enterados de que éste o aquel funcionario o aquel dirigente partidario desea ser candidato, pueden analizar su desempeño y así, con el juicio que de él elaboren, decidirían si le entregan su voto o éste sería para otro mejor calificado por ellos.
La democracia es, entre otras cosas, responsabilidad cívica e interés por las cosas que afectan a los ciudadanos. También, la transparencia a la que están obligados los gobiernos y gobernantes, así como sus funcionarios, abarca también al ciudadano.
Este último, en el ejercicio pleno de las libertades —pilar fundamental de la democracia—, debe manifestar sin cortapisa alguna y menos aún temor, sus legítimas intenciones de participar en lo público. Es un derecho, y por lo tanto, irrenunciable; por eso, en aras de consolidar la democracia, el ciudadano debe decir claramente y sin doblez alguno a los demás ciudadanos, qué pretende lograr en beneficio de todos, para lo cual, solicita abierta y legítimamente su apoyo.
El silencio, la maniobra palaciega y la hipocresía para no descubrir su jugada frente al adversario es inadmisible e imperdonable en una democracia. Si el que busca una candidatura calla ante preguntas directas respecto de su interés por buscarla, no sólo le hace un flaco favor a la democracia, sino que además, con su falta de decisión —por decirlo de alguna manera—, contribuye a debilitarla.
¿Concibe, usted, en Alemania, Canadá, Chile, Francia, España y en decenas de países más, que un militante de éste o aquel partido esconda sus legítimas aspiraciones políticas? Podrá no reunir los méritos obligados en cuanto a experiencia en la gobernación se refiere o carecer de la preparación en materia de una u otra especialidad relacionada con el gobierno, pero esas carencias no le prohíben manifestar, en modo alguno, su aspiración a ser candidato.
En caso de ser inexperto en cuanto a capacidades para la gobernación, sería entonces la organización la que decidiría si lo hiciere o no candidato; él, en todo momento podría —en ejercicio libérrimo de sus derechos—, manifestar públicamente su deseo.
¿Qué decir entonces de quienes, a pesar de lo evidente de su interés por alguna candidatura, callan o expresan posiciones que, para no calificarlas de burdas y ridículas mentiras, diríamos que son muestra de prudencia? Es más, ¿qué decir de la democracia ahí donde el que aspira calla, a la espera de la señal del poderoso o, como acuñaría hace más de 40 años Luis Spota, a la espera de las Palabras mayores?
Hoy, en las postrimerías del segundo decenio del siglo XXI, en México, cuya economía ocupa el lugar 14 o 15 del mundo, ¿es bueno para su modernización mantener y festinar lo descrito en los párrafos anteriores? ¿Sería positivo para nuestra cultura democrática seguir con prácticas primitivas que, si bien fueron útiles para la realidad que privaba en los años 40 o 50 del siglo XX, hoy son un pesado lastre?
¿Qué piensa usted?
Información Excelsior.com.mx