Por Ángel Verdugo
Este año se cumplen 31 desde aquel 1987 cuando, obligados por la debacle de un modelo de desarrollo caduco que había llegado a su fin y yacía en ruinas, abrimos la economía, y comenzamos una nueva etapa en la vida de México.
Después de decenios de mantenernos aislados del resto del mundo y enorgullecernos de ello, nos debimos enfrentar a la cruda realidad: lo que todavía hacía unas semanas elogiábamos como lo máximo en materia de modelo de desarrollo —mentira que durante decenios cultivamos con un celo digno de mejor causa—, de repente hubo que reconocer que desde hacía varios años era una entelequia (Cosa irreal dice la Real Academia que significa), mantenida con base en mentiras cada vez más evidentes.
Más de 30 años después, cuando toda persona menor de 50 años debería ser un promotor convencido y activo de la profundización de la apertura de nuestra economía, y abogar por más globalidad en la vida económica de México, nos encontramos con una realidad que más que sorprendernos, a todos debería preocupar.
Como reflejo de esto último, debemos preocuparnos por el claro riesgo que parece estar a la vuelta de la esquina: Regresar, en no pocos aspectos de la vida económica de México, a prácticas que pertenecieron al modelo de economía cerrada el cual, no está de más repetirlo, causó un daño tremendo al país, a su economía y a todos los mexicanos.
Fue tal la magnitud de los daños causados por los años de mantener a capa y espada un modelo de desarrollo que decenas de países habían desechado desde los años sesenta, que todavía hoy encontramos algunos de ellos que no hemos podido erradicar. Uno de esos daños que, si bien no permanece como estaba allá por los años setenta del siglo pasado —arraigado profundamente en la mentalidad de prácticamente todos los mexicanos—, hoy es advertido claramente en amplios grupos de la sociedad mexicana.
Lo peor de la permanencia de ese daño específico —fenómeno que no hemos estudiado con la debida seriedad y, por lo tanto, no hemos encontrado las causas que lo explicarían—, es la visión retrógrada que priva en materia económica en millones de los mexicanos más instruidos —al menos tienen más años de educación formal que el resto de sus compatriotas—, casi todos ellos graduados en instituciones de educación superior, tanto públicas como privadas.
Es inexplicable pues, el que esa mentalidad persista en quienes, de entrada, deberían ser los primeros en rechazar el viejo modelo y abrazar con decisión el nuevo. Sin el ánimo de querer resolver el enigma del porqué han hecho suyo lo más acedo de un modelo de desarrollo arrumbado en el basureo de la historia, preguntaría: ¿Acaso es el miedo al futuro lo que mantiene esa visión caduca en la mente de quienes deberían tener una visión de futuro?
¿Miedo los más estudiados? ¿Rechazo a la globalidad por parte de los que por sus estudios estarán en condiciones de obtener los mejores beneficios y oportunidades sin límite? ¿Qué hay en su mente o, qué se les ha transmitido para que su rechazo sea total y diría, irracional?
¿Acaso es ese complejo de inferioridad ante el ajeno, ante lo eterno del cual algunos señalan como la causa principal? ¿O esa adoración y nostalgia por un pasado el cual, debe decirse, jamás existió, se explica por lo que nada exige? ¿Acaso el rechazo al futuro es porque debemos construirlo?
¿Por eso tantos votaron ciegamente por López? ¿Verían en él al Gran Regresador al pasado? De ser así, cuán ingenuos fueron. Información Excelsior.com.mx