Por: Ángel Verdugo
En dos días, este domingo 8 de octubre, vence el plazo que la legislación vigente concede a los interesados en ser Candidatos Independientes —cualquier cosa que ello signifique—, con miras a participar en la elección de Presidente de los Estados Unidos Mexicanos el 1 de julio del año próximo, para acudir al INE a manifestarlo, y registrarse como aspirante.
Una vez aceptado por el INE su deseo, empezará la que es, quizás, la etapa más difícil la cual, un enemigo de la democracia jamás habría sido capaz de imaginar: Obtener, de casi 900 mil ciudadanos mexicanos que posean credencial de elector vigente, el apoyo exigido por la ley y, una vez revisada esta lista por parte del INE, y verificar que el aspirante satisface lo exigido por la norma, el aspirante adquiriría, desde el punto de vista legal, el carácter de Candidato Independiente a la Presidencia de la República.
Habría otra cualidad que adquiriría todo el que hubiera satisfecho los requisitos establecidos, como dije, por una legislación —que más que estímulo a la participación ciudadana y el fortalecimiento de la democracia—, es en realidad uno de los grandes obstáculos que mente torcida alguna pudo imaginar y lograr plasmarlos en una ley, es la de ser casi un mártir.
No puedo calificar de otra manera a un ciudadano mexicano, que esté dispuesto a hacer hasta lo indecible para participar en una elección donde, en los tiempos que corren, no tiene la menor posibilidad de obtener la victoria.
Vayamos ahora a la parte más ridícula de estas candidaturas, no porque los aspirantes a ser candidatos independientes lo sean, sino por el nombre mismo que el legislador aprobó: Candidatos Independientes. De ahí la pregunta que sigue: ¿Qué tan independiente debe ser el Candidato Independiente?
De entrada, debe decirse claramente: En política, no hay esa baratija que hoy, por encima de la realidad que nos estalla en la cara cotidianamente, algunos ingenuos y no pocos gandallas insisten en vender como lo máximo, independencia.
¿Independencia de quién? ¿De los partidos con registro, o del sistema electoral en su conjunto y la legislación que lo soporta? ¿De la actividad política misma? ¿Acaso para ellos, nuevos puristas de la política, ser independiente significa, jamás haber votado por algún candidato? ¿Y aceptarían como independiente al que, habiendo acudido a votar hubiese anulado su voto?
Las preguntas anteriores y muchas más de índole similar, tienen como único propósito hacer ver que, en una sociedad democrática —y la nuestra, por más limitada e imperfecta que sea nuestra democracia, lo es—, no tiene sentido la expresión de candidatos independientes o candidaturas ciudadanas; pienso, espero que usted exprese su opinión al respecto, que sería más correcto hablar de candidatos sin partido. Además, pienso que para aspirar a serlo no importaría que el aspirante a serlo hubiese militado en algún partido.
Esto de la independencia es motivo hoy, para que algunos monopolistas de la independencia política exijan a los otros aspirantes a serlo —con un cinismo que ya lo quisieren algunos de nuestros más conspicuos políticos—, dejen sus intenciones de lado porque, él y sólo él, es verdaderamente independiente.
Lo que parece no ver este dueño único de la independencia política, que cuando esté en campaña los otros candidatos —independientes o no—, exhibirán con pelos y señales cuál es su verdadera independencia.
Por eso le digo, no hay remedio.
Información Excelsior.com.mx