Por Ángel Verdugo
¿Qué veremos en los próximos tres meses y medio? ¿Más de lo visto a la fecha, sólo que peor?
Una de las ventajas de la globalidad y la apertura de las economías, es la facilidad que los habitantes de un país se enteren de lo que sucede en otros países. Además de la facilidad, habría que agregar
la posibilidad de ver las cosas, casi en
tiempo real.
Desde el año 1987, cuando debimos abrirnos al mundo porque el modelo económico había hecho agua, más mexicanos han viajado fuera del país, y más los que buscan enterarse de lo que pasa en otras latitudes; también, elemento no menor, no pocos han buscado conocer qué han hecho otros para enfrentar y resolver problemas que aquí, desde hace decenios, lucen irresolubles.
Uno de esos problemas que parecen resistir cualquier intento por enfrentarlos, es el relacionado con nuestra cultura electoral, con el proceso cuyo único objetivo es elegir a los nuevos gobernantes y legisladores que integran ambas Cámaras del Congreso de la Unión, y los 31 Congresos locales y la Asamblea Legislativa de la CDMX.
Si bien ha habido cambios que han dado por resultado que lo dado hoy por partidos y candidatos sean bienes impensables hace pocos años, la práctica de pensar que con estas dádivas, éste o aquel partido y/o candidato asegurarían la victoria, está vivita
y coleando.
Ahora una pregunta: ¿De qué les ha servido a nuestros gobernantes, funcionarios, legisladores y dirigentes de partidos viajar a otros países, y constatar bondades y ventajas de llevar a cabo los procesos electorales de una manera diferente a la nuestra?
¿Qué se opera en ellos para que, en vez de aceptar que aquí podríamos adoptar esto o lo otro y aplicarlo —con las adecuaciones obligadas— para bien, fortalezcan el rechazo a cambiar, y la idea de que debemos mantener eso tan nuestro?
Por ejemplo, ¿qué lleva a Meade –un hombre formado en la globalidad, doctorado en una de las mejores universidades de Estados Unidos e informado de lo que ha cambiado en el mundo desde el fin de la II Guerra Mundial con motivo de su paso por la Secretaría de Relaciones Exteriores– a afirmar que, el único que tiene derecho a opinar sobre los candidatos y su calidad, es el elector mexicano?
¿En verdad piensa que eso que afirmó,
va con un México inserto en la globalidad, activo participante en el comercio internacional y promotor de decenas de Tratados
de Libre Comercio donde, elementos como
el respeto de los derechos humanos, la protección ambiental y el combate a la corrupción entre otros, han sido incluidos en
los textos aprobados?
¿Cómo es posible que alguien que entiende que acuerdos y tratados obligan, en aras de un bien mayor, a ceder un poco de soberanía sin menoscabo del país que los aprueba? ¿En verdad ve su postura como algo correcto, o es una simple postura demagógica acorde ésta con las peores tradiciones y aislacionista del partido que lo apoya?
Acaso, en caso de resultar victorioso este
1 de julio, ¿prohibiría a Donald Trump y a otros gobernantes opinar de los candidatos propuestos por los partidos a puestos de elección popular, y de otros temas como la inseguridad que daña sus inversiones, la corrupción sin freno que impide la modernización económica y del urgente combate de la impunidad?
¿Acaso en vez de ser un Presidente para el México del Siglo XXI, lo sería para el México de los años treinta del siglo pasado el cual, por si no se ha dado cuenta, en lo esencial ya desapareció?
¿Sería entonces, un Presidente de pasado? ¿Como López?
Información Excelsior.com.mx