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¿Quién es el nuevo tapado?

Por: Víctor Beltri

Los grupos de poder se mueven, tejen alianzas, buscan el posicionamiento necesario para proyectar la imagen requerida. Cambios de tono, matices en el discurso, brincos ideológicos y justificaciones post facto: en estos momentos, quienes juegan al tapadismo buscan —ante todo— aparecer como el indicado, como la opción correcta, como quienes van a cumplir con los deseos de quien, en este momento, es el gran elector.

Un gran elector que está en busca de un perfil muy determinado. Un perfil que le permita dar continuidad a sus planes, e implantar su manera de entender el mundo en la comunidad sobre la que tiene influencia. Una visión que tiene que ver no sólo con la manera de ejercer el poder, sino sobre los grupos que deberían de ser privilegiados y, sobre todo, las ideas que deben prevalecer en el modelo de sociedad que buscará quien tiene la potestad del dedazo.

Un dedazo que es, sin embargo, muy diferente —y a la vez muy similar— al que hemos vivido en vísperas de otras elecciones. Con los matices de la época, con claridad: más allá de la obviedad del entorno económico diverso, los nuevos medios de comunicación, la injerencia de las redes sociales, los nuevos actores y los nuevos equilibrios de poder en la escena nacional, es preciso reconocer que los polos de poder han cambiado de forma diametral, y que la dialéctica hegeliana ha rebasado —con creces— el conflicto tradicional entre el capitalismo y el comunismo e, incluso, el de las libertades con el autoritarismo.

Vivimos en la era del conflicto entre los conceptos relativos a los nacionalismos desbordados y la noción del multilateralismo —y la globalización— prevalente en las últimas décadas: en términos locales, y muy actuales, no se trata de quién aborde de manera más ortodoxa el libre comercio, o de la relación entre dos naciones que no tenían más problemas que los derivados del avance de la tecnología. El nombre del juego, en apariencia, es el de los nacionalismos a ultranza y la cerrazón a otras culturas: lo que hoy observamos con asombro y pesadumbre en México ha sentado raíces en otros países como el Reino Unido —que se enfrenta a un escenario de Brexit despiadado— y en naciones que están enfrentando escenarios de cerrazón social y enfrentamiento social como el que viven, en la actualidad, Francia y los Países Bajos. Naciones que han sufrido el embate de políticos sin mayor raigambre que el otorgado por los resultados a corto plazo, y que están siendo apoyados por la nomenclatura norteamericana cimentada en el poder religioso. Lo que está logrando Marion Le Pen en Francia, de la mano del estratega del presidente norteamericano, no desmerece lo que consigue Geert Wilders al adaptar su programa al del orangután que ocupa la Casa Blanca.

Así, la posibilidad de que surja un candidato mexicano que cumpla con las expectativas de la extrema derecha norteamericana, no es sino cuestión de tiempo. Alguien que, en la agenda interna, esté de acuerdo y promueva las causas de los círculos más conservadores con las que se identifica la principal asesora de la Casa Blanca en marchas llenas de intolerancia a favor de la familia. Uno y uno no son sino dos, y la convergencia de intereses entre quienes han sustentado causas a favor de los valores más conservadores en la relación bilateral no hacen sino apuntar a causas comunes: quienes en nuestro país han apoyado las causas de la extrema derecha no hacen sino contribuir a los intereses de quienes, desde el exterior, observan con buenos ojos a un México debilitado.

Un México que hoy parecería ofrecer oportunidades a quienes se alineen con el discurso del déspota. A quienes acuerdan con los intransigentes, a quienes están buscando a quién les represente una causa que no les es sino particular. A quienes no tienen como mira sino su propia estrella. A quienes ofrecen, en rebajas, lo que no es sino un reflejo de lo que para ellos representa la patria. A ellos, a los nuevos tapados, a los aliados involuntarios —ojalá— de Steve Bannon. Inforamción Excelsior.com.mx

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